Tu Poema de Amor

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MISERERE

¡Piedad, piedad, Dios mío!

¡Que tu misericordia me socorra!

Según la muchedumbre

de tus clemencias, mis delitos borra.

 

De mis iniquidades

lávame más y más; mi depravado

corazón quede limpio

de la horrorosa mancha del pecado.

 

Porque, Señor, conozco

toda la fealdad de mi delito,

y mi conciencia propia

me acusa y contra mí levanta el grito.

 

Pequé contra Ti solo;

a tu vista obré mal; para que brille

tu justicia, y vencido,

el que te juzgue tiemble y se arrodille.

 

Objeto de tus iras

nací, de iniquidades mancillado,

y en el materno seno

cubrió mi ser la sombra del pecado.

 

En la verdad te gozas

y para más rubor y más afrenta,

tesoros me mostraste

de oculta celestial sabiduría.

 

Pero con el hisopo

me rociarán, y ni una mancha leve

tendré ya; lavárasme,

y quedaré más blanco que la nieve.

 

Sonarán tus acentos

de consuelo y de paz en mis oídos,

y celeste alegría

conmoverá mis huesos.

 

Aparta, pues, aparta

tu faz, ¡oh, Dios!, de mi maldad horrenda

rastro de culpa por tu enojo encienda.

 

En mis entrañas cría

un corazón que con ardiente afecto

te busque; un alma pura,

enamorada de lo justo y recto.

 

De tu dulce presencia,

en que al lloroso pecador recibes,

no me arrojes airado

ni de tu santa inspiración me prives.

 

Restáurame en tu gracia,

que es del alma salud, vida y contento;

y al débil pecho infunde

de un ánimo real el noble aliento:

haré que el hombre injusto

de su razón conozca el extravío;

le mostraré tu senda,

y a tu ley santa volverá al impío.

 

Mas líbrame de sangre,

¡mi Dios, mi Salvador! ¡Inmensa fuente

de piedad! Y mi lengua

loará tu justicia eternamente.

 

Desatarás mis labios,

si santo un pecador que llora alcanza,

y gozosa a las gentes

anunciará mi lengua tu alabanza.

 

Que si víctima fueran

gratas a Ti, las inmolará luego;

pero no es sacrificio

que te deleita el que consume el fuego.

 

Un corazón doliente

es la expiación que a tu justicia agrada:

la víctima que aceptas

es un alma contrita y humillada.

 

Vuelve a Sión tu benigno

rostro primero y tu piedad amante

y sus muros humilde

Jerusalén, Señor, al fin levante.

 

Y de puras ofrendas

se colmarán tus aras y propicio

recibirás un día

el grande inmaculado sacrificio.