Tu Poema de Amor

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Inicio . Carlos Drummond CANTO ÓRFICO

CANTO ÓRFICO

La danza ya no suena,

la música dejó de ser palabra,

el cántico creció del movimiento.

Orfeo, dividido, anda en busca

de esa unidad áurea que perdimos.

 

Mundo desintegrado, tu esencia

reside tal vez en la luz, más neutra ante los ojos

desaprendidos de ver; y bajo la piel,

¿qué turbia imporosidad nos limita?

De ti a ti, abismo; y en él, los ecos

de una prístina ciencia, ahora exangüe.

 

Ni tu cifra sabemos. Ni aun captándola

tuviéramos poder de penetrarte. Yerra el misterio

en torno de su núcleo. Y restan pocos

encantamientos válidos. Quizás

apenas uno y grave: en nosotros

tu ausencia retumba todavía, y nos estremecemos

R una pérdida se forma de esas ganancias.

 

Tu medida, el silencio la ciñe, la esculpe casi,

brazos del no-saber. Oh fabuloso

udo paralítico sordo nato incógnito

la raíz de la mañana que tarda, y tarde,

do la línea del cielo en nosotros se esfuma,

tornándonos extranjeros más que extraños.

 

En el duelo de las horas, tu imagen

atraviesa membranas sin que la suerte

se decida a escoger. Las artes pétreas

recógense a sus tardos movimientos.

En vano: ellas no pueden ya.

Amplio

vacío

un espacio estelar contempla signos

que se harán dulzura, convivencia,

espanto de existir, y mano anchurosa

recorriendo asombrada otro cuerpo.

 

La música se mece en lo posible,

en el finito redondo, donde se crispa

una agonía moderna. El canto es blanco,

huye a sí mismo, ¡vuelos! palmas lentas

sobre el océano estático: balanceo

del anca terrestre, segura de morir.

 

¡Orfeo, reúnete! llama tus dispersos

y conmovidos miembros naturales

y límpido reinaugura

el ritmo suficiente que, nostálgico,

en la nervadura de las hojas se limita,

cuando no forma en el aire, siempre estremecido,

una espera de fustes, sorprendida.

 

Orfeo, danos tu número

de oro, entre apariencias

que van del vano granito a la linfa irónica.

lntégranos, Orfeo, en otra más densa

atmósfera del verso antes del canto,

del verso universo, lancinante

en el primer silencio,

promesa del hombre, contorno aún improbable

de dioses por nacer, clara sospecha

de la luz en el cielo sin pájaros,

vacío musical a ser poblado

por el mirar de la sibila, circunspecto.

 

Orfeo, te llamamos, baja al tiempo

y escucha:

sólo al decir tu nombre, ya respira

la rosa trimegista, abierta al mundo.