Tu Poema de Amor

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Inicio . Esteban Echeverría LA CAUTIVA (PARTE SEXTA)

LA CAUTIVA (PARTE SEXTA)

¡Qué largas son las horas del deseo!

Moreto

 

La espera

 

Triste, obscura, encapotada

llegó la noche esperada,

la noche que ser debiera

su grata y fiel compañera;

y en el vasto pajonal

permanecen inactivos

los amantes fugitivos.

Su astro, al parecer, declina,

como la luz vespertina

entre sombra funeral.

 

Brian, por el dolor vencido

al margen yace tendido

del arroyo; probó en vano

el paso firme y lozano

de su querida seguir;

sus plantas desfallecieron,

y sus heridas vertieron

sangre otra vez. Sintió entonces

como una mano de bronce

por sus miembros discurrir.

 

María espera, a su lado,

con corazón agitado,

que amanecerá otra aurora

más bella y consoladora;

el amor la inspira fe

en destino más propicio,

y la oculta el precipicio

cuya idea sólo pasma:

el descarnado fantasma

de la realidad no ve.

 

Pasión vivaz la domina,

ciega pasión la fascina;

mostrando a su alma el trofeo

de su impetuoso deseo

la dice: tú triunfarás.

Ella infunde a su flaqueza

constancia allí y fortaleza;

Ella su hambre, su fatiga,

y sus angustias mitiga

para devorarla más.

 

Sin el amor que en sí entraña,

¿qué sería? Frágil caña,

que el más leve impulso quiebra,

ser delicado, fina hebra,

sensible y flaca mujer.

Con él es ente divino

que pone a raya el destino,

ángel poderoso y tierno

a quien no haría el infierno

vacilar y estremecer.

 

De su querido no advierte

el mortal abatimiento,

ni cree se atreva la muerte

a sofocar el aliento

que hace vivir a los dos;

porque de su llama intensa

es la vida tan inmensa,

que a la muerte vencería,

y en sí eficacia tendría

para animar como Dios.

 

El amor es fe inspirada,

es religión arraigada

en lo íntimo de la vida.

Fuente inagotable, henchida

de esperanza, su anhelar

no halla obstáculo invencible

hasta conseguir victoria;

si se estrella en lo imposible

gozoso vuela a la gloria

su heroica palma a buscar.

 

María no desespera,

porque su ahínco procura

para lo que ama, ventura;

y al infortunio supera

su imperiosa voluntad.

Mañana -el grito constante

de su corazón amante

la dice-, mañana el cielo

hará cesar tu desvelo,

la nueva luz esperad.

 

La noche cubierta, en tanto,

camina en densa tiniebla,

y en el abismo de espanto,

que aquellos páramos puebla,

ambos perdidos se ven.

Parda, rojiza, radiosa,

una faja luminosa

forma horizonte no lejos;

sus amarillos reflejos

en lo obscuro hacen vaivén.

 

La llanura arder parece,

y que con el viento crece,

se encrespa, aviva y derrama

el resplandor y la llama

en el mar de lobreguez.

Aquel fuego colorado,

en tinieblas engolfado,

cuyo esplendor vaga horrendo,

era trasunto estupendo

de la inferna terriblez.

 

Brian, recostado en la yerba,

como ajeno de sentido,

nada ve: ella un rüido

oye; pero sólo observa

la negra desolación,

o las sombrías visiones

que engendran las turbaciones

de su espíritu. ¡Cuán larga

aquella noche y amarga

sería a su corazón!

 

Miró a su amante; espantoso,

un bramido cavernoso

la hizo temblar, resonando:

era el tigre, que buscando

pasto a su saña feroz

en los densos matorrales,

nuevos presagios fatales

al infortunio traía.

En silencio, echó María

mano a su puñal, veloz.