Tu Poema de Amor

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Inicio . Esteban Echeverría LA CAUTIVA (PARTE QUINTA)

LA CAUTIVA (PARTE QUINTA)

...e lo spirito lasso

conforta, e ciba di speranza buona;

(Dante.)

 

...y el ánimo cansado,

de esperanza feliz nutre y conforta;

 

El pajonal

 

Así, huyendo a la ventura,

ambos a pie divagaron

por la lóbrega llanura,

y al salir la luz del día,

a corto trecho se hallaron

de un inmenso pajonal.

Brian debilitado, herido,

a la fatiga rendido

la planta apenas movía;

su angustia era sin igual.

 

Pero un ángel, su querida,

siempre a su lado velaba,

y el espíritu y la vida,

que su alma heroica anidaba,

la infundía, al parecer,

con miradas cariñosas,

voces del alma profundas,

que debieran ser eternas,

y aquellas palabras tiernas,

o armonías misteriosas

que sólo manan fecundas

del labio de la mujer.

 

Temerosos del salvaje,

acogiéronse al abrigo

de aquel pajonal amigo,

para de nuevo su viaje

por la noche continuar;

descansar allí un momento,

y refrigerio y sustento

a la flaqueza buscar.

 

Era el adusto verano.

Ardiente el sol como fragua,

en cenagoso pantano

convertido había el agua

allí estancada, y los peces,

los animales inmundos

que aquel bañado habitaban

muertos, al aire infectaban,

o entre las impuras heces

aparecían a veces

boqueando moribundos,

como del cielo implorando

agua y aire: aquí se vía

al voraz cuervo, tragando

lo más asqueroso y vil;

allí la blanca cigüeña,

el pescuezo corvo alzando,

en su largo pico enseña

el tronco de algún reptil;

más allá se ve el carancho,

que jamás presa desdeña,

con pico en forma de gancho

de la expirante alimaña

sajar la fétida entraña.

 

Y en aquel páramo yerto,

donde a buscar como a puerto

refrigerio, van errantes

Brian y María anhelantes,

sólo divisan sus ojos,

feos, inmundos despojos

de la muerte. ¡Qué destino

como el suyo miserable!

Si en aquel instante vino

la memoria perdurable

de la pasada ventura

a turbar su fantasía

¡cuán amarga les sería!

¡cuán triste, yerma y obscura!

 

Pero con pecho animoso

en el lodo pegajoso

penetraron, ya cayendo,

ya levantando o subiendo

el pie flaco y dolorido;

y sobre un flotante nido

de yajá ¡columna bella,

que entre la paja descuella,

como edificio construido

por mano hábil¿ se sentaron

a descansar o morir.

 

Súbito allí desmayaron

los espíritus vitales

de Brian a tanto sufrir;

y en los brazos de María,

que inmoble permanecía,

cayó muerto al parecer.

 

¡Cómo palabras mortales

pintar al vivo podrán

el desaliento y angustias,

o las imágenes mustias

que el alma atravesarán

de aquella infeliz mujer!

Flor hermosa y delicada,

perseguida y conculcada

por cuantos males tiranos

dio en herencia a los humanos

inexorable poder.

 

Pero a cada golpe injusto

retoñece más robusto

de su noble alma el valor;

y otra vez, con paso fuerte,

holla el fango, do la muerte

disputa un resto de vida

a indefensos animales;

y rompiendo enfurecida

los espesos matorrales,

camina a un sordo rumor

que oye próximo, y mirando

el hondo cauce anchuroso

de un arroyo que copioso

entre la paja corría,

se volvió atrás, exclamando

arrobada de alegría:

-¡Gracias te doy, Dios Supremo!

Brian se salva, nada temo.

 

Pronto llega al alto nido

donde yace su querido,

sobre sus hombros le carga,

y con vigor desmedido

lleva, lleva, a paso lento,

al puerto de salvamento

aquella preciosa carga.

 

Allí en la orilla verdosa

el inmoble cuerpo posa,

y los labios, frente y cara

en el agua fresca y clara

le embebe; su aliento aspira,

por ver si vivo respira,

trémula su pecho toca;

 

y otra vez sienes y boca

le empapa. En sus ojos vivos

y en su semblante animado,

los matices fugitivos

de la apasionada guerra

que su corazón encierra,

se muestran. Brian recobrado

se mueve, incorpora, alienta;

 

y débil mirada lenta

clava en la hermosa María,

diciéndola: -Amada mía,

pensé no volver a verte,

y que este sueño sería

como el sueño de la muerte;

pero tú, siempre velando,

mi vivir sustentas, cuando

yo en nada puedo valerte,

sino doblar la amargura

de tu extraña desventura.

-Que vivas tan sólo quiero,

porque si mueres, yo muero;

 

Brian mío, alienta, triunfamos,

en salvo y libres estamos.

No te aflijas; bebe, bebe

esta agua, cuyo frescor

el extenuado vigor

volverá a tu cuerpo en breve,

y esperemos con valor

de Dios el fin que imploramos.-

 

Dijo así, y en la corriente

recoge agua, y diligente,

de sus miembros con esmero,

se aplica a lavar primero

las dolorosas heridas,

las hondas llagas henchidas

de negra sangre cuajada,

y a sus inflamados pies

el lodo impuro; y después

con su mano delicada

las venda. Brian silencioso

sufre el dolor con firmeza;

 

pero siente a la flaqueza

rendido el pecho animoso.

Ella entonces alimento

corre a buscar; y un momento,

sin duda el cielo piadoso,

de aquellos finos amantes,

infortunados y errantes,

quiso aliviar el tormento.