Tu Poema de Amor

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Inicio . Esteban Echeverría LA CAUTIVA (PARTE CUARTA)

LA CAUTIVA (PARTE CUARTA)

Già la terra e coperta d´uccisi;

tutta è sangue la vasta pianura;...

(Manzoni.)

 

Ya de muertos la tierra está cubierta,

y la vasta llanura toda es sangre.

 

La alborada

 

Todo estaba silencioso.

La brisa de la mañana

recién la yerba lozana

acariciaba, y la flor;

y en el oriente nubloso,

la luz apenas rayando

iba el campo matizando

de claroscuro verdor.

 

Posaba el ave en su nido;

ni del pájaro se oía

la variada melodía,

música que al alba da;

y sólo, al ronco bufido

de algún potro que se azora,

mezclaba su voz sonora

el agorero yajá.

 

En el campo de la holganza,

so la techumbre del cielo,

libre, ajena de recelo,

dormía la tribu infiel;

mas la terrible venganza

de su constante enemigo

alerta estaba, y castigo

le preparaba crüel.

 

Súbito, al trote asomaron

sobre la extendida loma

dos jinetes, como asoma

el astuto cazador;

y al pie de ella divisaron

la chusma quieta y dormida,

y volviendo atrás la brida

fueron a dar el clamor

 

de alarma al campo cristiano.

Pronto en brutos altaneros

un escuadrón de lanceros

trotando allí se acercó,

con acero y lanza en mano;

y en hileras dividido

al indio, no apercibido,

en doble muro encerró.

 

Entonces, el grito Cristiano, cristiano

resuena en el llano,

Cristiano repite confuso clamor.

La turba que duerme despierta turbada,

clamando azorada,

Cristiano nos cerca, cristiano traidor.

 

Niños y mujeres, llenos de conflicto,

levantan el grito;

sus almas conturba la tribulación;

los unos pasmados, al peligro horrendo,

los otros huyendo,

corren, gritan, llevan miedo y confusión.

 

Quién salta al caballo que encontró primero,

quién toma el acero,

quién corre su potro querido a buscar;

mas ya la llanura cruzan desbandadas,

yeguas y manadas,

que el cauto enemigo las hizo espantar.

 

En trance tan duro los carga el cristiano,

blandiendo en su mano

la terrible lanza, que no da cuartel.

Los indios más bravos luchando resisten,

cual fieras embisten:

el brazo sacude la matanza cruel.

 

El sol aparece; las armas agudas

relucen desnudas,

horrible la muerte se muestra doquier.

En lomos del bruto, la fuerza y coraje,

crece del salvaje,

sin su apoyo, inerme, se deja vencer.

 

Pie en tierra poniendo la fácil victoria,

que no le da gloria,

prosigue el cristiano lleno de rencor.

Caen luego caciques, soberbios caudillos:

los fieros cuchillos

degüellan, degüellan, sin sentir horror.

 

Los ayes, los gritos, clamor del que llora,

gemir del que implora,

puesto de rodillas, en vano piedad,

todo se confunde: del plomo el silbido,

del hierro el crujido,

que ciego no acata ni sexo, ni edad.

 

Horrible, horrible matanza

hizo el cristiano aquel día;

ni hembra, ni varón, ni cría

de aquella tribu quedó.

La inexorable venganza

siguió el paso a la perfidia,

y en no cara y breve lidia

su cerviz al hierro dio.

 

Viose la yerba teñida

de sangre, hediondo y sembrado

de cadáveres el prado

donde resonó el festín.

Y del sueño de la vida

al de la muerte pasaron

los que poco antes se holgaron,

sin temer aciago fin.

 

Las cautivas derramaban

lágrimas de regocijo;

una al esposo, otra al hijo

debió allí la libertad;

pero ellos tristes estaban,

porque ni vivo ni muerto

halló a Brian en el desierto,

su valor y su lealtad.