Tu Poema de Amor

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Inicio . Esteban Echeverría LA CAUTIVA (PARTE TERCERA)

LA CAUTIVA (PARTE TERCERA)

Yo iba a morir, es verdad,

entre bárbaros crüeles,

y allí el pesar me mataba

de morir, mi bien, sin verte.

A darme la vida tú

saliste, hermosa, y valiente

(Calderón)

 

 

El puñal

 

Yace en el campo tendida,

cual si estuviera sin vida,

ebria, la salvaje turba,

y ningún ruido perturba

su sueño o sopor mortal.

Varones y hembras mezclados

 

Paran la oreja bufando

los caballos, que vagando

libres despuntan la grama;

y a la moribunda llama

de las hogueras se ve,

se ve sola y taciturna,

símil a sombra nocturna,

moverse una forma humana,

como quien lucha y se afana,

y oprime algo bajo el pie.

 

Se oye luego triste aúllo,

y horrisonante mormullo,

semejante al del novillo

cuando el filoso cuchillo

lo degüella sin piedad,

y por la herida resuella,

y aliento y vivir por ella,

sangre hirviendo a borbollones,

en horribles convulsiones,

lanza con velocidad.

 

Silencio; ya el paso leve

por entre la yerba mueve,

como quien busca y no atina,

y temeroso camina

de ser visto o tropezar,

una mujer: en la diestra

un puñal sangriento muestra,

sus largos cabellos flotan

desgreñados, y denotan

de su ánimo el batallar.

 

Ella va. Toda es oídos;

sobre salvajes dormidos

va pasando, escucha, mira,

se para, apenas respira,

y vuelve de nuevo a andar.

Ella marcha, y sus miradas

vagan en torno, azoradas,

cual si creyesen ilusas

en las tinieblas confusas

mil espectros divisar.

 

Ella va, y aun de su sombra,

como el criminal, se asombra;

alza, inclina la cabeza;

pero en un cráneo tropieza

y queda al punto mortal.

Un cuerpo gruñe y resuella,

y se revuelve; mas ella

cobra espíritu y coraje,

y en el pecho del salvaje

clava el agudo puñal.

 

El indio dormido expira,

y ella veloz se retira

de allí, y anda con más tino

arrastrando del destino

la rigorosa crueldad.

Un instinto poderoso,

un afecto generoso

la impele y guía segura,

como luz de estrella pura,

por aquella obscuridad.

 

Su corazón de alegría

palpita; lo que quería,

lo que buscaba con ansia

su amorosa vigilancia,

encontró gozosa al fin.

Allí, allí está su universo,

de su alma el espejo terso,

su amor, esperanza y vida;

allí contempla embebida

su terrestre serafín.

 

-Brian -dice-, mi Brian querido

busca durmiendo el olvido;

quizás ni soñando espera

que yo entre esta gente fiera

le venga a favorecer.

Lleno de heridas, cautivo,

no abate su ánimo altivo

la desgracia, y satisfecho

descansa, como en su lecho,

sin esperar, ni temer.

 

Sus verdugos, sin embargo,

para hacerle más amargo

de la muerte el pensamiento,

deleitarse en su tormento,

y más su rencor cebar

prolongando su agonía,

la vida suya, que es mía,

guardaron, cuando, triunfantes,

hasta los tiernos infantes

osaron despedazar,

 

arrancándolos del seno

de sus madres -¡día lleno

de execración y amargura,

en que murió mi ventura,

tu memoria me da horror!-.

Así dijo, y ya no siente,

ni llora, porque la fuente

del sentimiento fecunda,

que el femenil pecho inunda,

consumió el voraz dolor.

 

Y el amor y la venganza

en su corazón alianza

han hecho, y sólo una idea

tiene fija y saborea

su ardiente imaginación.

Absorta el alma, en delirio

lleno de gozo y martirio

queda, hasta que al fin estalla

como volcán, y se explaya

la lava del corazón.

 

Allí está su amante herido,

mirando al cielo, y ceñido

el cuerpo con duros lazos,

abiertos en cruz los brazos,

ligadas manos y pies.

Cautivo está, pero duerme;

inmoble, sin fuerza, inerme

yace su brazo invencible:

de la pampa el león terrible

presa de los buitres es.

 

Allí, de la tribu impía,

esperando con el día

horrible muerte, está el hombre

cuya fama, cuyo nombre

era, al bárbaro traidor,

más temible que el zumbido

del hierro o plomo encendido;

más aciago y espantoso

que el valichu rencoroso

a quien ataca su error.

 

Allí está; silenciosa ella,

como tímida doncella,

besa su entreabierta boca,

cual si dudara le toca

por ver si respira aún.

Entonces las ataduras,

que sus carnes roen duras,

corta, corta velozmente

con su puñal obediente,

teñido en sangre común.

 

Brian despierta; su alma fuerte,

conforme ya con su suerte,

no se conturba, ni azora;

poco a poco se incorpora,

mira sereno, y cree ver

un asesino: echan fuego

sus ojos de ira; mas luego

se siente libre, y se calma,

y dice: -¿Eres alguna alma

que pueda y deba querer?

 

¿Eres espíritu errante,

ángel bueno, o vacilante

parto de mi fantasía?

-Mi vulgar nombre es María,

ángel de tu guarda soy;

y mientras cobra pujanza,

ebria la feroz venganza

de los bárbaros, segura,

en aquesta noche obscura,

velando a tu lado estoy:

nada tema tu congoja.-

 

Y enajenada se arroja

de su querido en los brazos,

la da mil besos y abrazos,

repitiendo: -Brian, Brian.-

La alma heroica del guerrero

siente el gozo lisonjero

por sus miembros doloridos

correr, y que sus sentidos

libres de ilusión están.

 

Y en labios de su querida

apura aliento de vida,

y la estrecha cariñoso

y en éxtasis amoroso

ambos respiran así;

mas, súbito él la separa,

como si en su alma brotara

horrible idea, y la dice:

-María, soy infelice,

ya no eres digna de mí.

 

Del salvaje la torpeza

habrá ajado la pureza

de tu honor, y mancillado

tu cuerpo santificado

por mi cariño y tu amor;

ya no me es dado quererte.-

Ella le responde: -Advierte

que en este acero está escrito

mi pureza y mi delito,

mi ternura y mi valor.

 

Mira este puñal sangriento,

y saltará de contento

tu corazón orgulloso;

diómelo amor poderoso,

diómelo para matar

al salvaje que insolente

ultrajar mi honor intente;

para, a un tiempo, de mi padre,

de mi hijo tierno y mi madre,

la injusta muerte vengar.

 

Y tu vida, más preciosa

que la luz del sol hermosa,

sacar de las fieras manos

de estos tigres inhumanos,

o contigo perecer.

Loncoy, el cacique altivo

cuya saña al atractivo

se rindió de estos mis ojos,

y quiso entre sus despojos

de Brian la querida ver,

 

después de haber mutilado

a su hijo tierno; anegado

en su sangre yace impura;

sueño infernal su alma apura:

dióle muerte este puñal.

Levanta, mi Brian, levanta,

sigue, sigue mi ágil planta;

huyamos de esta guarida

donde la turba se anida

más inhumana y fatal.

 

-¿Pero adónde, adónde iremos?

¿Por fortuna encontraremos

en la pampa algún asilo,

donde nuestro amor tranquilo

logre burlar su furor?

¿Podremos, sin ser sentidos

escapar, y desvalidos

caminar a pie, ijadeando,

con el hambre y sed luchando,

el cansancio y el dolor?

 

-Sí; el anchuroso desierto

más de un abrigo encubierto

ofrece, y la densa niebla,

que el cielo y la tierra puebla,

nuestra fuga ocultará.

Brian, cuando aparezca el día,

palpitantes de alegría,

lejos de aquí ya estaremos,

y el alimento hallaremos

que el cielo al infeliz da.

 

-Tú podrás, querida amiga,

hacer rostro a la fatiga,

mas yo, llagado y herido,

débil, exangüe, abatido,

¿cómo podré resistir?

Huye tú, mujer sublime,

y del oprobio redime

tu vivir predestinado;

deja a Brian infortunado,

solo, en tormentos morir.

 

-No, no, tu vendrás conmigo,

o pereceré contigo.

De la amada patria nuestra

escudo fuerte es tu diestra,

¿y qué vale una mujer?

Huyamos, tú de la muerte,

yo de la oprobiosa suerte

de los esclavos; propicio

el cielo este beneficio

nos ha querido ofrecer;

no insensatos lo perdamos.

 

Huyamos, mi Brian, huyamos;

que en el áspero camino

mi brazo, y poder divino

te servirán de sostén.

-Tu valor me infunde fuerza,

y de la fortuna adversa,

amor, gloria o agonía

participar con María

yo quiero; huyamos, ven, ven.-

 

Dice Brian y se levanta;

el dolor traba su planta,

mas devora el sufrimiento;

y ambos caminan a tiento

por aquella obscuridad.

Tristes van, de cuando en cuando

la vista al cielo llevando,

que da esperanza al que gime,

¿qué busca su alma sublime?

la muerte o la libertad.

 

-Y en esta noche sombría

¿quién nos servirá de guía?

-Brian, ¿no ves allá una estrella

que entre dos nubes centella

cual benigno astro de amor?

Pues ésa es por Dios enviada,

como la nube encarnada

que vio Israel prodigiosa;

sigamos la senda hermosa

que nos muestra su fulgor,

 

ella del triste desierto

nos llevará a feliz puerto.-

Ellos van; solas, perdidas,

como dos almas queridas,

que amor en la tierra unió,

y en la misma forma de antes,

andan por la noche errantes,

con la memoria hechicera

del bien que en su primavera

la desdicha les robó.

 

Ellos van. Vasto, profundo

como el páramo del mundo

misterioso es el que pisan;

mil fantasmas se divisan,

mil formas vanas allí,

que la sangre joven hielan:

mas ellos vivir anhelan.

Brian desmaya caminando

y, al cielo otra vez mirando,

dice a su querida así:

-Mira: ¿no ves? la luz bella

de nuestra polar estrella

de nuevo se ha obscurecido,

y el cielo más denegrido

nos anuncia algo fatal.

-Cuando contrario el destino

nos cierre, Brian, el camino,

antes de volver a manos

de esos indios inhumanos.