Tu Poema de Amor

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Inicio . Esteban Echeverría LA CAUTIVA (PARTE PRIMERA)

LA CAUTIVA (PARTE PRIMERA)

El Desierto

 

Era la tarde, y la hora

en que el sol la cresta dora

de los Andes. El Desierto

inconmensurable, abierto,

y misterioso a sus pies

se extiende; triste el semblante,

solitario y taciturno

como el mar, cuando un instante

al crepúsculo nocturno,

pone rienda a su altivez.

 

Gira en vano, reconcentra

su inmensidad, y no encuentra

la vista, en su vivo anhelo,

do fijar su fugaz vuelo,

como el pájaro en el mar.

Doquier campos y heredades

del ave y bruto guaridas,

doquier cielo y soledades

de Dios sólo conocidas,

que Él sólo puede sondar.

A veces, la tribu errante,

sobre el potro rozagante,

cuyas crines altaneras

flotan al viento ligeras,

lo cruza cual torbellino,

y pasa; o su toldería

sobre la grama frondosa

asienta, esperando el día

duerme, tranquila reposa,

sigue veloz su camino.

 

¡Cuántas, cuántas maravillas,

sublimes y a par sencillas,

sembró la fecunda mano

de Dios allí! ¡Cuánto arcano

que no es dado al vulgo ver!

La humilde yerba, el insecto,

la aura aromática y pura,

el silencio, el triste aspecto

de la grandiosa llanura,

el pálido anochecer.

 

Las armonías del viento

dicen más al pensamiento

que todo cuanto a porfía

la vana filosofía

pretende altiva enseñar.

¿Qué pincel podrá pintarlas

sin deslucir su belleza?

¿Qué lengua humana alabarlas?

Sólo el genio su grandeza

puede sentir y admirar.

 

Ya el sol su nítida frente

reclinaba en occidente,

derramando por la esfera

de su rubia cabellera

el desmayado fulgor.

Sereno y diáfano el cielo,

sobre la gala verdosa

de la llanura, azul velo

esparcía, misteriosa

sombra dando a su color.

 

El aura, moviendo apenas

sus alas de aroma llenas,

entre la yerba bullía

del campo que parecía

como un piélago ondear.

Y la tierra, contemplando

del astro rey la partida,

callaba, manifestando,

como en una despedida,

en su semblante pesar.

 

Sólo a ratos, altanero

relinchaba un bruto fiero

aquí o allá, en la campaña;

bramaba un toro de saña,

rugía un tigre feroz;

o las nubes contemplando,

como extático y gozoso,

el yajá, de cuando en cuando,

turbaba el mudo reposo

con su fatídica voz.

 

Se puso el sol; parecía

que el vasto horizonte ardía:

la silenciosa llanura

fue quedando más obscura,

más pardo el cielo, y en él,

con luz trémula brillaba

una que otra estrella, y luego

a los ojos se ocultaba,

como vacilante fuego

en soberbio chapitel.

 

El crepúsculo, entretanto,

con su claroscuro manto,

veló la tierra; una faja,

negra como una mortaja,

el occidente cubrió;

mientras la noche bajando

lenta venía, la calma,

que contempla suspirando

inquieta a veces el alma,

con el silencio reinó.

 

Entonces, como el rüido

que suele hacer el tronido

cuando retumba lejano,

se oyó en el tranquilo llano

sordo y confuso clamor;

se perdió... y luego violento,

como baladro espantoso

de turba inmensa, en el viento

se dilató sonoroso,

dando a los brutos pavor.

 

Bajo la planta sonante

del ágil potro arrogante

el duro suelo temblaba,

y envuelto en polvo cruzaba

como animado tropel,

velozmente cabalgando;

ve íanse lanzas agudas,

cabezas, crines ondeando,

y como formas desnudas

de aspecto extraño y crüel.

 

¿Quién es? ¿Qué insensata turba

con su alarido perturba

las calladas soledades

de Dios, do las tempestades

sólo se oyen resonar?

¿Qué humana planta orgullosa

se atreve a hollar el desierto

cuando todo en él reposa?

¿Quién viene seguro puerto

en sus yermos a buscar?

 

¡Oíd! Ya se acerca el bando

de salvajes, atronando

todo el campo convecino;

¡mirad! como torbellino

hiende el espacio veloz.

El fiero ímpetu no enfrena

del bruto que arroja espuma;

vaga al viento su melena,

y con ligereza suma

pasa en ademán atroz.

 

¿Dónde va? ¿De dónde viene?

¿De qué su gozo proviene?

¿Por qué grita, corre, vuela,

clavando al bruto la espuela,

sin mirar alrededor?

¡Ved que las puntas ufanas

de sus lanzas, por despojos,

llevan cabezas humanas,

cuyos inflamados ojos

respiran aún furor!

 

Así el bárbaro hace ultraje

al indomable coraje

que abatió su alevosía;

y su rencor todavía

mira, con torpe placer,

las cabezas que cortaron

sus inhumanos cuchillos,

exclamando: -Ya pagaron

del cristiano los caudillos

el feudo a nuestro poder.

 

Ya los ranchos do vivieron

presa de las llamas fueron,

y muerde el polvo abatida

su pujanza tan erguida.

¿Dónde sus bravos están?

Vengan hoy del vituperio,

sus mujeres, sus infantes,

que gimen en cautiverio,

a libertar, y como antes,

nuestras lanzas probarán.

 

Tal decía, y bajo el callo

del indómito caballo,

crujiendo el suelo temblaba;

hueco y sordo retumbaba

su grito en la soledad.

Mientras la noche, cubierto

el rostro en manto nubloso,

echó en el vasto desierto,

su silencio pavoroso,

su sombría majestad.