Tu Poema de Amor

  • Aumentar fuente
  • Fuente predeterminada
  • Disminuir fuente
Inicio . Fray Luis de León ODA XIX (A TODOS LOS SANTOS)

ODA XIX (A TODOS LOS SANTOS)

A TODOS LOS SANTOS

¿Qué santo o qué gloriosa

virtud, qué deidad que el cielo admira,

oh Musa poderosa

en la cristiana lira,

diremos entretanto que retira

 

el sol con presto vuelo

el rayo fugitivo en este día,

que hace alarde el cielo

de su caballería?

¿qué nombre entre estas breñas a porfía

 

repetirá sonando

la imagen de la voz, en la manera

el aire deleitando

que el Efrateo hiciera

del sacro y fresco Hermón por la ladera?;

 

a do, ceñido el oro

crespo con verde hiedra, la montaña

condujo con sonoro

laúd, con fuerza y maña

del oso y del león domó la saña.

 

Pues, ¿quién diré primero,

que el Alto y que el Humilde?, y que, la vida

por el manjar grosero

restituyó perdida,

que al cielo levantó nuestra caída,

 

igual al Padre Eterno,

igual al que en la tierra nace y mora,

de quien tiembla el infierno,

a quien el sol adora,

en quien todo el ser vive y se mejora.

 

Después el vientre entero,

la Madre desta Luz será cantada,

clarísimo Lucero

en esta mar turbada,

del linaje humanal fiel abogada.

 

Espíritu divino,

no callaré tu voz, tu pecho opuesto

contra el dragón malino;

ni tú en olvido puesto

que a defender mi vida estás dispuesto.

 

Osado en la promesa,

barquero de la barca no sumida,

y a ti que la lucida

noche te traspasó de muerte a vida.

 

¿Quién no dirá tu lloro,

tu bien trocado amor, oh Magdalena;

de tu nardo el tesoro,

de cuyo olor la ajena

casa, la redondez del mundo es llena?

 

Del Nilo moradora,

tierna flor del saber y de pureza,

de ti yo canto agora;

que en la desierta alteza,

muerta, luce tu vida y fortaleza.

 

¿Diré el rayo Africano?

¿diré el Stridonés sabio, elocuente?

¿o el panal Romano?

¿o del que justamente

nombraron Boca de oro entre la gente?

 

Columna ardiente en fuego,

el firme y gran Basilio al cielo toca,

mayor que el miedo y ruego;

y ante su rica boca

la lengua de Demóstenes se apoca.

 

Cual árbol con los años

la gloria de Francisco sube y crece;

y entre mil ermitaños

el claro Antón parece

luna que en las estrellas resplandece.

 

¡Ay, Padre! ¿y dó se ha ido

aquel raro valor? ¡Oh!, ¿qué malvado

el oro ha destruido

de tu templo sagrado?

¿quién cizañó tan mal tu buen sembrado?

 

Adonde la azucena

lucía, y el clavel, do el rojo trigo,

reina agora la avena,

la grama, el enemigo

cardo, la sinjusticia, el falso amigo.

 

Convierte piadoso

tus ojos y nos mira, y con tu mano

arranca poderoso

lo malo y lo tirano,

y planta aquello antiguo, humilde y llano.

 

Da paz a aqueste pecho,

que hierve con dolor en noche escura;

que fuera deste estrecho

diré con más dulzura

tu nombre, tu grandeza y hermosura.

 

No niego, dulce amparo

del alma, que mis males son mayores

que aqueste desamparo;

mas, cuanto son peores,

tanto resonarán más tus loores.

A TODOS LOS SANTOS

 

¿Qué santo o qué gloriosa

virtud, qué deidad que el cielo admira,

oh Musa poderosa

en la cristiana lira,

diremos entretanto que retira

 

el sol con presto vuelo

el rayo fugitivo en este día,

que hace alarde el cielo

de su caballería?

¿qué nombre entre estas breñas a porfía

 

repetirá sonando

la imagen de la voz, en la manera

el aire deleitando

que el Efrateo hiciera

del sacro y fresco Hermón por la ladera?;

 

a do, ceñido el oro

crespo con verde hiedra, la montaña

condujo con sonoro

laúd, con fuerza y maña

del oso y del león domó la saña.

 

Pues, ¿quién diré primero,

que el Alto y que el Humilde?, y que, la vida

por el manjar grosero

restituyó perdida,

que al cielo levantó nuestra caída,

 

igual al Padre Eterno,

igual al que en la tierra nace y mora,

de quien tiembla el infierno,

a quien el sol adora,

en quien todo el ser vive y se mejora.

 

Después el vientre entero,

la Madre desta Luz será cantada,

clarísimo Lucero

en esta mar turbada,

del linaje humanal fiel abogada.

 

Espíritu divino,

no callaré tu voz, tu pecho opuesto

contra el dragón malino;

ni tú en olvido puesto

que a defender mi vida estás dispuesto.

 

Osado en la promesa,

barquero de la barca no sumida,

y a ti que la lucida

noche te traspasó de muerte a vida.

 

¿Quién no dirá tu lloro,

tu bien trocado amor, oh Magdalena;

de tu nardo el tesoro,

de cuyo olor la ajena

casa, la redondez del mundo es llena?

 

Del Nilo moradora,

tierna flor del saber y de pureza,

de ti yo canto agora;

que en la desierta alteza,

muerta, luce tu vida y fortaleza.

 

¿Diré el rayo Africano?

¿diré el Stridonés sabio, elocuente?

¿o el panal Romano?

¿o del que justamente

nombraron Boca de oro entre la gente?

 

Columna ardiente en fuego,

el firme y gran Basilio al cielo toca,

mayor que el miedo y ruego;

y ante su rica boca

la lengua de Demóstenes se apoca.

 

Cual árbol con los años

la gloria de Francisco sube y crece;

y entre mil ermitaños

el claro Antón parece

luna que en las estrellas resplandece.

 

¡Ay, Padre! ¿y dó se ha ido

aquel raro valor? ¡Oh!, ¿qué malvado

el oro ha destruido

de tu templo sagrado?

¿quién cizañó tan mal tu buen sembrado?

 

Adonde la azucena

lucía, y el clavel, do el rojo trigo,

reina agora la avena,

la grama, el enemigo

cardo, la sinjusticia, el falso amigo.

 

Convierte piadoso

tus ojos y nos mira, y con tu mano

arranca poderoso

lo malo y lo tirano,

y planta aquello antiguo, humilde y llano.

 

Da paz a aqueste pecho,

que hierve con dolor en noche escura;

que fuera deste estrecho

diré con más dulzura

tu nombre, tu grandeza y hermosura.

 

No niego, dulce amparo

del alma, que mis males son mayores

que aqueste desamparo;

mas, cuanto son peores,

tanto resonarán más tus loores.