Tu Poema de Amor

  • Aumentar fuente
  • Fuente predeterminada
  • Disminuir fuente

DON JUAN

En los años que han corrido

desde que yo le escribí,

mientras que yo envejecí

mi Don Juan no ha envejecido.

Y fama tal por él gozo

que se cree, a lo que parece,

porque Don Juan no envejece,

que yo he de ser siempre mozo:

y hoy el bravo Ducazcal

os anuncia en su cartel

que he de hacer aquí un papel,

que tengo que hacer ya mal.

Yo no soy ya lo que fuí:

y viendo cuán poco soy,

dejo a los que más son hoy

pasar delante de mi;

pues, por Dios,que por más brava

que sea mi condición,

la fiebre rinde al león,

la gota la piedra cava,

Aun latir mis bríos siento:

pero es ya vana porfía,

no puedo ya la voz mía

pedirle otra vez al viento:

y a quién me lo quiere oir

digo años ha por doquier,

que pierdo el sér de mi ser

y que me siento morir.

Pero nadie me hace caso

por más que hablo a voz en grito,

porque este D.Juan maldito

por doquier me sale al paso;

y ni me deja vivir

en el rincón de mi hogar,

ni deja un año pasar

sin dar de mí que decir.

Yo me apoco día a día,

y este bocón andaluz,

a quien yo saqué a la luz

sin saber lo que me hacía,

me viste con su oropel

y a la luz me saca consigo;

por más que a voces le digo

que ir no puedo a par con él.

Más tanto favor os debo

por él, que en verdad me obliga

a que algo esta noche os diga

de este insolente mancebo.

Oíd...es una leyenda

muy difícil de contar,

porque tiene algo a la par

de ridícula y de horrenda:

una historia íntima mía.

Yo era en España querido

y mimado y aplaudido...

y me huí de España un día.

Vivía a ciegas y erré:

y una noche andando a oscuras

tropecé en dos sepulturas

y de Dios desesperé.

Emigré: me dí a la mar;

y esperando en el olvido

una muerte hallar sin ruido,

en América fuí a dar.

No llevando allá negocio

ni esperanza a qué atender,

al tiempo dejé de correr

en la oscuridad y el ocio.

Once años anduve allí

vagando por los desiertos,

contándome con los muertos,

y sin dar razón de mí.

Los indios semisalvajes

me veían con asombro

ir con mi arcabuz al hombro

por tan agrestes parajes;

y yo en saber me gozaba

que nadie que me veía

allí, quién era sabía

el que por allí vagaba;

y esperé que de aquél modo

de mí y de mi poesía

como yo se olvidaría

a la fin el mundo todo.

Mi nombre, pues, con intento

de dejar perder, y en suma

sin papel, tinta, ni pluma,

ni libros ya en mi aposento,

bebía en mi soledad

de mis pesares las heces:

más tenía que ir a veces

del desierto a la ciudad.

Vivo el cuerpo, el alma inerte,

a caballo y solo, iba

como una fantasma viva,

sin buscar ni huir la muerte.

Y hago aquí esta narración

porque sirva lo que digo

a mis hechos de castigo,

y a modo de confesión.

Sobre mí a un anochecer

un nublado se deshizo,

y entre el agua y el granizo

me dejó una hacienda ver.

Eché a escape y me acogí

de la casa entre la gente,

como franca lo consiente

la hospitalidad allí.

Celebrábase una fiesta.

que en aquél país no hay día

que en hacienda o ranchería

no tengan una dispuesta;

y son fiestas extremadas

allí por su mismo exceso,

de las hembras embeleso,

de los hombres emboscadas.

Y a no ser de mi leyenda

por no cortar la ilación,

hiciera aquí la descripción

de una fiesta en una hacienda,

donde nadie tiene empacho

de usar a gusto de todo;

porque son fiestas a modo

de las bodas de Camacho.

Allí acuden sin convite

buhoneros, comerciantes

y cirqueros ambulantes;

sin que a nadie se le quite

de entrar en corro el derecho,

de gastar de los abastos,

ni de colocar sus trastos

donde quiera que halle trecho.

Jamás se apaga el hogar,

jamás el servicio cesa;

siempre está puesta la mesa

para comer y jugar.

Por salas y corredores

se oye el son a todas horas

de carcajadas sonoras,

de onzas y de tenedores.

Todo es pelea de gallos,

toros, lazos, herraderos,

manganas y coleadores

y carreras de caballos;

y al fin de un día de broma

que nada en Europa iguala,

todo el mundo entra en la sala

y sitio en el baile toma.

Entré e hice lo que todos:

cuando creí que al sueño

se iban a dar, di yo al dueño

gracias por sus buenos modos:

mas mi caballo al pedir,

asiéndome por la mano,

me dijo el buen campirano

soltando el trapo a reír:

"¿Y a quién hay que se le antoje

dejar ahora tal jolgorio'

Vamos, venga usté a la troje

y verá el Don Juan Tenorio."

Y a mi,que lo había escrito,

en la troje me metía;

y allí al paso me salía

mi audaz andaluz precito.

Mas ¡ay de mí, cuál salió!

Lo hacía un indio otomí

en jerga que el diablo urdió;

tal fué mi Don Juan allí,

que ni yo le conocí

ni a conocer me di yo.

Tal es la gloria mortal,

y a quién Dios se la confiere,

si librarse a ella quiere

se la torna Dios en mal.

A mí no me la tornó,

porque por mi buena suerte

del olvido y de la muerte

doquier Don Juan  me salvó.

¡Dios no quisó allá de mi!

Y de mi patria el olvido

temiendo, como había ido

a mi patria me volví.

¡Feliz malogrado afán!

Al volver de tierra extraña,

me hallé que había en España

vivido por mi Don Juan.

Comprendí en su plenitud

de Dios la suma clemencia:

Don Juan había en mi ausencia

borrado mi ingratitud.

Monstruo sin par de fortuna,

mientras yo de España huía,

en España me ponía

en los cuernos de la luna.

Y ni fuerza ni razón

han podido derribar

tal ídolo del altar

que le ha alzado la opnión.

Pero hablemos con franqueza

hoy  que todo coadyuva

para aquí se me suba

a mí el humo a la cabeza:

Desvergonzado galán,

siempre atropella por todo

y de atajarle no hay modo;

¿ qué tiene, pues, mi Don Juan?

Del fondo de un monasterio

donde le encontré empolvado,

yo le planté remozado

en mitad de un cementerio:

y obra de un chico atrevido

que atusaba apenas bozo,

os parece tan buen mozo

porque está tan bien vestido.

Pero sus hechos están

en pugna con la razón,

pero tal reputación

¿qué tiene, pues, mi Don Juan?

Un secreto con que gana

la prez entre los dos Juanes;

el freno de sus desmanes:

que Doña Inés es cristiana.

Tiene que es de nuestra tierra

el tipo tradicional;

tiene todo el bien y el mal

que el genio español encierra.

Que, hijo de la tradición,

es impío y es creyente,

es balandrón y es valiente,

y tiene buen corazón.

Tiene que es diestro y zurdo,

que no cree en Dios y le invoca,

que lleva el alma en la boca,

y que es lógico y absurdo.

Con defectos tan notorios

vivirá aquí diez mil soles;

pues todos los españoles

nos la echamos de Tenorios

y si en el pueblo le hallé

y en español le escribí

y su autor el pueblo fué...

¿por qué me aplaudís a mi?