Tu Poema de Amor

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Inicio . José Zorrilla A BUEN JUEZ MEJOR TESTIGO (PARTE IV)

A BUEN JUEZ MEJOR TESTIGO (PARTE IV)

VI

Es una tarde serena,

cuya luz tornasolada

del purpurino horizonte

blandamente se derrama.

Plácido aroma de flores

sus hojas plegando exhalan,

y el céfiro entre perfumes

mece las trémulas alas.

Brillan abajo en el valle

con suave rumor las aguas,

y las aves en la orilla

despidiendo al día cantan.

Allá por el Miradero

por el Cambrón y Bisagra,

confuso tropel de gente

del Tajo a la Vega baja.

Vienen delante don Pedro

de Alarcón, Iván de Vargas,

su hija Inés, los escribanos,

los corchetes y los guardias;

y detrás, monjes, hidalgos,

mozas, chicos y canalla.

Otra turba de curiosos

en la Vega les aguarda,

cada cual comentariando

el caso según le cuadra.

Entre ellos está Martínez

en apostura bizarra,

calzadas espuelas de oro,

valona de encaje blanca,

bigote a la borgoñesa,

melena desmelenada,

el sombrero guarnecido

con cuatro lazos de plata,

un pie delante del otro,

y el puño en el de la espada.

Los plebeyos, de reojo,

le miran de entre las capas,

los chicos al uniforme

y las mozas a la cara.

Llegado el gobernador

y gente que le acompaña,

entraron todos al claustro

que iglesia y patio separa.

Encendieron ante el Cristo

cuatro cirios y una lámpara

y de hinojos un momento

le rezaron en voz baja.

Está el Cristo de la Vega

la cruz en tierra posada,

los pies alzados del suelo

poco menos de una vara;

hacia la severa imagen

un notario se adelanta

de modo que con el rostro

al pecho santo llegaba.

A un lado tiene a Martínez,

a otro lado a Inés de Vargas,

detrás al gobernador

con sus jueces y sus guardias.

Después de leer dos veces

la acusación entablada,

el notario a Jesucristo,

así demandó en voz alta:

Jesús, Hijo de María,

ante nos esta mañana,

citado como testigo

por boca de Inés de Vargas,

¿juráis ser cierto que un día

a vuestras divinas plantas

juró a Inés Diego Martínez

por su mujer desposarla?

Asida a un brazo desnudo

una mano atarazada

vino a posar en los autos

la seca y hendida palma,

y allá en los aires: "¡Sí, juro!"

clamó una voz más que humana.

Alzó la turba medrosa

la vista a la imagen santa…….

Los labios tenía abiertos

y una mano desclavada.

 

Conclusión

 

Las vanidades del mundo

renunció allí mismo Inés,

y espantado de sí propio

Diego Martínez también.

Los escribanos, temblando

dieron de esta escena fe,

firmando como testigos

cuantos hubieron poder.

Fundóse un aniversario

y una capilla con él,

y don Pedro de Alarcón

el altar ordenó hacer,

donde hasta el tiempo que corre,

y en cada año una vez,

con la mano desclavada

el crucifijo se ve.