Tu Poema de Amor

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OLIVERIO GIRONDO

Pero debajo de la alfombra

y más allá del pavimento

entre dos inmóviles olas

un hombre ha sido separado

y debo bajar y mirar

hasta saber de quién se trata.

Que no lo toque nadie aún:

es una lámina, una línea:

una flor guardada en un libro:

una osamenta transparente.

 

El Oliverio intacto entonces

se reconstituye en mis ojos

con la certeza del cristal,

pero cuanto adelante o calle,

cuanto recoja del silencio,

lo que me cunda en la memoria,

lo que me regale la muerte,

sólo será un pobre vestigio,

una silueta de papel.

 

Porque el que canto y rememoro

brillaba de vida insurrecta

y compartí su fogonazo,

su ir y venir y revolver,

la burla y la sabiduría,

y codo a codo amanecimos

rompiendo los vidrios del cielo,

subiendo las escalinatas

de palacios desmoronados,

tomando trenes que no existen,

reverberando de salud

en el alba de los lecheros.

 

Yo era el navegante silvestre

(y se me notaba en la ropa

la oscuridad del archipiélago)

cuando pasó y sobrepasó

las multitudes Oliverio,

sobresaliendo en las aduanas,

solícito en las travesías

(con el plastrón desordenado

en la otoñal investidura),

o cerveceando en la humareda

o espectro de Valparaíso.

 

En mi telaraña infantil

sucede Oliverio Girondo.

 

Yo era un mueble de las montañas.

 

Él, un caballero evidente.

Barbín, barbián, hermano claro,

hermano oscuro, hermano frío,

relampagueando en el ayer

preparabas la luz intrépida,

la invención de los alhelíes,

las sílabas fabulosas

de tu elegante laberinto

y así tu locura de santo

es ornato de la exigencia,

como si hubieras dibujado

con una tijera celeste

en la ventana tu retrato

para que lo vean después

con exactitud las gaviotas.

 

Yo, soy el cronista abrumado

por lo que puede suceder

y lo que debo predecir

(sin contar lo que me pasó,

ni lo que a mí me pasaron),

y en este canto pasa¡ero

a Oliverio Girondo canto,

a su insolencia: matutina.

 

Se trata del inolvidable.

 

De su indeleble puntería:

cuando borró la catedral

y con su risa de corcel

clausuró el turismo de Europa,

reveló el pánico del queso

frente a la francesa golosa

y dirigió al Guadalquivir

el disparo que merecía—

 

Oh primordial desenfadado!

Hacia tanta falta aquí

tu iconoclasta desenfreno!

 

Reinaba aún Sully Prud'homme

con su redingote de lilas

y su bonhomía espantosa.

Hacía falta un argentino

que con las escuelas del tango

rompiera todos los espejos

incluyendo aquel abanico

que fue trizado por un búcaro.

 

Porque yo, pariente futuro

de la itálica piedra clara

o de Quevedo permante

o del nacional Aragón,

yo no quiero que espere nadie

la moneda falsa de Europa,

nosotros los pobres américos,

los dilatados en el viento,

los de metales más profundos,

los millonarios de guitarras,

no debemos poner el plato,

no mendiguemos la existencia.

 

Me gusta Oliverio por eso:

no se fue a vivir a otra parte

y murió junto a su caballo.

Me gustó la razón intrínseca

de su delirio necesario

y el matambre de la amistad

que no termina todavía:

amigo, vamos a encontrarnos

tal vez debajo de la alfombra

o sobre las letras del río

o en el termómetro obelisco

(o en la dirección delicada

del susurro y de la zozobra)

o en las raíces reunidas

bajo la luna de Figari.

 

Oh energúmeno de la miel,

patriota del espantapájaros,

celebraré, celebré, celebro

lo que cada día serás

y lo Oliverio que serías

compartiendo tu alma conmigo

si la muerte hubiera olvidado

subir una noche, y por qué?

buscando un número, y por qué?

por qué por la calle Suipacha?

 

De todos los muertos que amé

eres el único viviente.

 

No me dedico a las cenizas,

te sigo nombrando y creyendo

en tu razón extravagante!

cerca de aquí, lejos de aquí,

entre una esquina y una ola

adentro de un día redondo,

en un planeta desangrado

o en el origen de una lágrima.