Tu Poema de Amor

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ESTATUTO DEL VINO

Cuando a regiones, cuando a sacrificios

manchas moradas como lluvias caen,

el vino abre las puertas con asombro,

y en el refugio de los meses vuela

su cuerpo de empapadas alas rojas.

 

Sus pies tocan los muros y las tejas

con humedad de lenguas anegadas,

y sobre el filo del día desnudo

sus abejas en gotas van cayendo.

 

Yo sé que el vino no huye dando gritos

a la llegada del invierno,

ni se esconde en iglesias tenebrosas

a buscar fuego en trapos derrumbados,

sino que vuela sobre la estación,

sobre el invierno que ha llegado ahora

con un puñal entre las cejas duras.

 

Yo veo vagos sueños,

yo reconozco lejos,

y miro frente a mí, detrás de los cristales,

reuniones de ropas desdichadas.

 

A ellas la bala del vino no llega,

su amapola eficaz, su rayo rojo

mueren ahogados en tristes tejidos,

y se derrama por canales solos,

por calles húmedas, por ríos sin nombre,

el vino amargamente sumergido,

el vino ciego y subterráneo y solo.

 

Yo estoy de pie en su espuma y sus raíces,

yo lloro en su follaje y en sus muertos,

acompañado de sastres caídos

en medio del invierno deshonrado,

yo subo escalas de humedad y sangre

tanteando las paredes,

y en la congoja del tiempo que llega

sobre una piedra me arrodillo y lloro.

 

Y hacia túneles acres me encamino

vestido de metales transitorios,

hacia bodegas solas, hacia sueños,

hacia betunes verdes que palpitan,

hacia herrerías desinteresadas,

hacia sabores de lodo y garganta,

hacia imperecederas mariposas.

 

Entonces surgen los hombres del vino

vestidos de morados cinturones

y sombreros de abejas derrotadas,

y traen copas llenas de ojos muertos,

y terribles espadas de salmuera,

y con roncas bocinas se saludan

cantando cantos de intención nupcial.

 

Me gusta el canto ronco de los hombres del vino,

y el ruido de mojadas monedas en la mesa,

y el olor de zapatos y de uvas

y de vómitos verdes:

me gusta el canto ciego de los hombres,

y ese sonido de sal que golpea

las paredes del alba moribunda.

 

Hablo de cosas que existen, Dios me libre

de inventar cosas cuando estoy cantando!

Hablo de la saliva derramada en los muros,

hablo de lentas medias de ramera,

hablo del coro de los hombres del vino

golpeando el ataúd con un hueso de pájaro.

 

Estoy en medio de ese canto, en medio

del invierno que rueda por las calles,

estoy en medio de los bebedores,

con los ojos abiertos hacia olvidados sitios,

o recordando en delirante luto,

o durmiendo en cenizas derribado.

 

Recordando noches, navíos, sementeras,

amigos fallecidos, circunstancias,

amargos hospitales y niñas entreabiertas:

recordando un golpe de ola en cierta roca

con un adorno de harina y espuma,

y la vida que hace uno en ciertos países,

en ciertas costas solas,

un sonido de estrellas en las palmeras,

un golpe del corazón en los vidrios,

un tren que cruza oscuro de ruedas malditas

y muchas cosas tristes de esta especie.

 

A la humedad del vino, en las mañanas,

en las paredes a menudo mordidas por los días de invierno

que caen en bodegas sin duda solitarias,

a esa virtud del vino llegan luchas,

y cansados metales y sordas dentaduras,

y hay un tumulto de objeciones rotas,

hay un furioso llanto de botellas,

y un crimen, como un látigo caído.

 

El vino clava sus espinas negras,

y sus erizos lúgubres pasea,

entre puñales, entre mediasnoches,

entre roncas gargantas arrastradas,

entre cigarros y torcidos pelos,

y como ola de mar su voz aumenta

aullando llanto y manos de cadáver.

 

Y entonces corre el vino perseguido

y sus tenaces odres se destrozan

contra las herraduras, y va el vino en silencio,

y sus toneles, en heridos buques en donde el aire muerde

rostros, tripulaciones de silencio,

y el vino huye por las carreteras,

por las iglesias, entre los carbones,

y se caen sus plumas de amaranto,

y se disfraza de azufre su boca,

y el vino ardiendo entre calles usadas,

buscando pozos, túneles, hormigas,

bocas de tristes muertos,

por donde ir al azul de la tierra

en donde se confunden la lluvia y los ausentes.