Tu Poema de Amor

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SONETOS

I

 

A las flores

 

Éstas que fueron pompa y alegría

despertando al albor de la mañana,

a la tarde serán lástima vana

durmiendo en brazos de la noche fría.

 

Este matiz que al cielo desafía,

Iris listado de oro, nieve y grana,

será escarmiento de la vida humana:

¡tanto se emprende en término de un día!

 

A florecer las rosas madrugaron,

y para envejecerse florecieron:

cuna y sepulcro en un botón hallaron.

 

Tales los hombres sus fortunas vieron:

en un día nacieron y espiraron;

que pasados los siglos, horas fueron.

 

 

II

 

A las estrellas

 

Esos rasgos de luz, esas centellas

que cobran con amagos superiores

alimentos del sol en resplandores,

aquello viven, si se duelen de ellas.

 

Flores nocturnas son; aunque tan bellas,

efímeras padecen sus ardores;

pues si un día es el siglo de las flores,

una noche es la edad de las estrellas.

 

De esa, pues, primavera fugitiva,

ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;

registro es nuestro, o muera el sol o viva.

 

¿Qué duración habrá que el hombre espere,

o qué mudanza habrá que no reciba

de astro que cada noche nace y muere.

 

IV

 

A un altar de Santa Teresa

 

La que ves en piedad, en llama, en vuelo,

ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,

Argos de estrellas, imitada nave,

nubes vence, aire rompe y toca al cielo.

 

Esta pues que la cumbre del Carmelo

mira fiel, mansa ocupa y surca grave,

con muda admiración muestra suave

casto amor, justa fe, piadoso celo.

 

¡Oh militante iglesia, más segura

pisa tierra, aire enciende, mar navega,

y a más pilotos tu gobierno fía!

 

Triunfa eterna, está firme, vive pura;

que ya en el golfo que te ves se anega

culpa infiel, torpe error, ciega herejía.

 

 

V

 

A San Isidro

 

Los campos de Madrid, Isidro santo,

emulación divina son del cielo,

pues humildes los ángeles su suelo

tanto celebran y veneran tanto.

 

Celestes labradores, en cuanto

son amorosa voz, con santo celo

vos enviáis en angélico consuelo

dulce oración, que fertiliza el llanto.

 

Dichoso agricultor, en quien se encierra

cosecha de tan fértiles despojos,

que divino y humano os da tributo,

 

no receléis el fruto de la tierra,

pues cogerán del cielo vuestros ojos,

sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.