Tu Poema de Amor

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ROMANCES

I

Romance amoroso a una dama

¿No me conocéis, serranos?

Yo soy el pastor de Filis,

cera a su pecho de acero,

esclavo a sus ojos libres.

 

Huésped en vuestras riberas,

oponer de amor me visteis

a las armas vencedoras

resistencias invencibles.

 

Mas ¡ay! yo muerto, serranos;

¡ay, amor, ya me venciste!;

los incendios de mis hielos

tus poderes acrediten.

 

Para matarme tus ojos,

Filis, el amor elige;

que a mayores vencimientos

bastan los rayos que viste.

 

A cuyo imperio suave,

a cuya fuerza apacible

no hay libertad que se exente,

no hay exención que se libre.

 

A tu beldad las beldades

desconocidas se rinden,

desde las que el Tetis beben,

hasta las que el Ganges viven.

 

Cuyo nombre el Gata ufano

gloria le da más Felice

que sus arenas al Tajo,

que sus imperios al Tíber.

 

En tu alabanza mi efecto,

entre efectos imposibles

epiciclos fatigara;

mas temo que espumas pise.

 

Retírase, pues, cobarde,

y tanta empresa remite,

o de un águila a los vuelos

o a los acentos de un cisne;

 

que una voz ronca no puede

ni puede una pluma humilde

ultrajarte; que te ignora

quien se atreve a describirte.

 

Mis deseos igualmente

que por divina te admiten,

como a deidad te veneran

y como a deidad te piden,

 

así, pues, el tiempo nunca

en ti con mudanza triste

las rosas aje del rostro

ni del cuello los jazmines;

 

a la primavera hermosa

que en tus mejillas asiste,

en siempre floridos mayos

goce perpetuos abriles;

 

que admitas unos deseos,

que una voluntad estimes,

como atrevida en quererte,

acordada en elegirte.

 

Si tienes dueño, a tu dueño

te hurta: mi mal te obligue,

para que mi ardor aplaques,

nieve a que a mi cuello apliques.

 

Yo vi que hurtados a un muro

a que pudieran asirse,

le repartieron abrazos

a un árbol unos jazmines.

 

Tú verás que a mis deseos

solicitan persuadirte

yedra que dos olmos trepa,

vid que dos álamos ciñe.

 

Prisiones rompe el capullo

avaramente sutiles

el clavel, y fuera de ellas

con púrpura el aire tiñe

 

pues te incitan sus ejemplos,

Filis, sus ejemplos sigue;

que si tú mi amor retornas,

cierto estoy que Amor me envidie.

 

 

II

 

Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa

 

En la apacible Samaria,

hacia donde el sol se pone,

en túmulo de esmeraldas

yace un gigante de flores.

 

Verde Atlante de los cielos,

tanto su beldad se opone,

que, siendo cielo en la tierra,

parece en el cielo monte.

 

Cerrándole al viento el paso,

sube hasta la esfera, donde

pedazo del cielo fuera,

a ser unas las colores.

 

Sin que el sol se albergue en ondas

se le niega el horizonte,

y hace anochecer el día

cuando amanecer la noche.

 

Acueste pues cuyas plantas,

aun en variedad conformes,

son cultura celestial

de aquel jardinero noble,

 

de aquel venerable sol,

que en más luminoso coche,

por eclíptica de viento

planeta de fuego corre,

 

de aquel que rigiendo rayos

quemó los vientos veloces,

cuando abrasado el Carmelo,

eclipse vio de dos soles,

 

éste en las más eminente

punta que en su luz se esconde,

virgen rosa planta bella

porque del sol se corone.

 

Casta azucena o jazmín

süave, cuyos colores

en viva aroma los cielos

piadosamente recogen.

 

Santo Carmelo, tu planta

es Teresa, porque logres

su hermosura, sin que el viento

o la marchite o la borre.

 

 

III

 

Penitencia de San Ignacio

 

Con el cabello erizado,

pálido el color del rostro,

bañado en un sudor frío,

vueltos al cielo los ojos,

 

más muerto que vivo, haciendo

de gemidos y sollozos

los suspiros una esfera,

las lágrimas dos arroyos,

 

a Ignacio su mismo cuerpo,

helado, sangriento y roto,

de esta manera le dice

con voz baja y pecho ronco:

 

-No te espantes si te trato,

como ajeno de ti propio,

que es bien que como otro hable,

pues ya contigo soy otro,

 

no es mucho ignore quién eres,

si el mismo que soy ignoro;

que tal tu rigor me ha puesto,

que aún a mi no me conozco.

 

Siete días ha que muero,

pues vivo sin saber cómo,

y a mi torpe natural

forzosas leyes le rompo.

 

Negando lo que te pido,

siete días ha que sólo

agua de lágrimas bebo

y pan de dolores como.

 

Duros abrojos tres veces

castigan mis perezosos

miembros: tan estéril tierra

¿qué ha de tener sino abrojos?

 

Gastadas tengo las piedras

donde las rodillas pongo,

y porque cabales vivan

cubro de sangre los hoyos.

 

Vivo cadáver me dejas,

y en tu espíritu dichoso

vas a gozar dulces gustos,

a gustar suaves gozos.

 

Todo en amor te transformas,

porque vivas en Dios todo,

con una gloria amorosa,

y con un amor glorioso.

 

Al alma sólo regalas:

quejas justamente formo,

pues a tus gustos mis penas

son manjar dulce y sabroso.

 

Dueño soy de los sentidos:

¿qué importa si no los gozo?

Pues sin alma ¿qué me sirven

boca, manos, oídos ni ojos?

 

Yo sus contentos no gusto,

yo sus gustos no los toco,

sus regalos no los veo,

sus dulzuras no las oigo.

 

Mira no se ofenda Dios,

que cargues sobre mis hombros

murallas de penitencia,

siendo el cimiento tan poco.

 

Una llama soy que vivo

obediente a un fácil soplo,

humilde barro, y al fin

fuego y humo, tierra y polvo.

 

 

IV

 

A una dama que deseaba saber su estado, persona y vida

 

Curiosísima señora,

tú, que mi estado preguntas,

y de moribus et vita

examinarme procuras;

 

quienquiera que eres, atiende,

y en cómico estilo escucha;

que he de decirte un romance

para quitarte la duda.

 

Va de retrato primero;

luego, si quieres la musa,

irá de costumbres, bien

que habré de callar alguna.

 

Sea lámina el papel,

matiz la tinta, la pluma

pincel; quiera Dios que salga

parecida mi pintura.

 

Yo soy un hombre de tan

desconversable estatura

que entre los grandes es poca

y entre los chicos es mucha.

 

Montañés soy; algo deudo

allá, por chismes de Asturias,

de dos jueces de Castilla,

Laín Calvo y Nuño Rasura;

 

hablen mollera y copete:

mira qué de cosas juntas

te he dicho en cuatro palabras,

pues dicen calva y alcurnia.

 

Preñada tengo la frente

sin llegar al parto nunca,

teniendo dolores todos

los crecientes de la luna.

 

En la sien izquierda tengo

cierta descalabradura;

que al encaje de unos celos

vino pegada esta punta.

 

Las cejas van luego, a quien

desaliñadas arrugas

de un capote mal doblado

suele tener cejijuntas.

 

No me hallan los ojos todos,

si atentos no me los buscan

(que allá, en dos cuencas, si lloran

una es Huéscar y otra es Júcar);

 

a ellos suben los bigotes

por el tronco hasta la altura,

cuervos que los he criado

y sacármelos procuran.

 

Pálido tengo el color,

la tez macilenta y mustia

desde que me aconteció

el espanto de unas bubas.

 

En su lugar la nariz

ni bien es necia ni aguda,

mas tan callada que ya

ni con tabaco estornuda.

 

La boca es de espuerta, rota,

que vierte por las roturas

cuanto sabe; sólo guarda

la herramienta de la gula.

 

Mis manos son pies de puerco

con su vello y con sus uñas;

que, a comérmelas tras algo,

el algo fuera grosura.

 

El talle, si gusta el sastre,

es largo; mas si no gusta

es corto; que él manda desde

mi golilla a mi cintura;

 

de aquí a la liga no hay

cosa ni estéril ni oculta,

sino cuatro faltriqueras

que no tienen plus ni ultra.

 

La pierna es pierna y no más,

ni jarifa ni robusta

algún tanto cuanto zamba

pero no zambacatuña.

 

Sólo el pie de mi te alabo,

salvo que es de mala hechura,

salvo que es muy ancho, y salvo

que es largo y salvo que suda.

 

Este soy pintiparado,

sin lisonja hacerme alguna;

y, si así soy a mi vista,

¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!

 

Dejemos en este estado

mi levantada figura

y vamos, de mis progresos,

a la innumerable chusma;

 

que hoy, en tu servicio, tengo

de cejar hasta la cuna

la memoria de mis años;

¡oh, no me aflige, entre burlas!

 

Nací en Madrid, y nací

con suerte tan importuna

que hasta un Ventura de Tal

conocí (¡no más ventura…!).

 

Crecí, y mi señora madre,

religiosamente astuta,

como dando en otra cosa

dio en que me había de ser cura.

 

El de Troya me ordenó

de la primera tonsura,

de cuyas órdenes sólo

la coronilla me dura.

 

Bachiller por Salamanca

también me hice luego, cuya

bachillería es licencia

que en mil actos me disculpa.

 

La codicia de un bolsico

en la literaria justa

de Isidro me hizo poeta;

¿quién no ha pecado en pecunia?

 

Con lo cual, Bártulo y Baldo

se me quedaron a escuras,

pues en vez de decir leyes

hice coplas en ayunas.

 

La cómica inclinación

me llevó a la farandula:

comedias hice; si malas

o buenas, tú te las juzga.

 

Desde letrado a poeta

pasé; y viendo cuánto acusan

a la poesía unos viejos

de impertinencia machucha,

 

traté de mudar estado;

y, por más estrecha y justa

religión, la de escudero

me recibió en su clausura.

 

Aquí discurra el lector

(si es que hay lector que discurra)

cuáles son, para seguidos,

los pasos de mi fortuna:

 

Gorrón, poeta, escudero

he sido y seré. ¡Oh suma

paciencia de Job!, ¿tuviste

más calamidades juntas?

 

Con estas tres profesiones,

¿quién imagina, quién duda

que habré sido el «no en mis días»

de cualquier suegra futura?

 

Y así, soltero hasta hoy

me quedé; y hoy más que nunca

por razones de que el duque,

mi señor, tiene la culpa;

 

que, como caballerizo

me hizo su excelencia augusta,

huyen todas, por no ser

caballeriza ninguna.

 

De este desaire de todas

me despico con algunas

que me sufren mis defectos

porque los suyos les sufra,

 

si bien el día de hoy

está, con las grandes lluvias,

el tiempo tan apurado

que hasta amor pena penuria;

 

más, como ajustarse al tiempo

dice un sabio que es cordura,

siendo congrua de mi amor

tres damas, con dos se ajusta:

 

dos damas tengo, no más;

que en la compañía más zurda

por fuerza ha de haber quien haga

primera dama y segunda;

 

y, como al fin, por el troppo

variar bella es la natura,

de las dos con que me hallo,

una es morena, otra rubia;

 

una es dama de alta guisa

con su poco de aventura;

de baja guisa es la otra,

que una es clara y otra culta;

 

una es fea, y otra, y todo;

que en esto sólo se aúnan

porque yo más quiero dos

fealdades que una hermosura.

 

A entrambas las quiero bien;

que aunque allá Platón murmura

que el que quiere a un tiempo a dos

no quiere bien a ninguna,

 

miente Platón; porque ¿qué es

querer bien a una criatura

sino querer su salud,

sus galas y sus holguras?

 

Pues si yo quiero que tengan

mucha salud, fiestas muchas

y muchas galas, aunque.