Tu Poema de Amor

  • Aumentar fuente
  • Fuente predeterminada
  • Disminuir fuente

DÉCIMAS

I

A la Muerte

¡Oh tú, que estás sepultado

en el sueño del olvido,

si para tu bien dormido,

pata tu mal desvelado!

Deja el letargo pesado,

despierta un poco, y advierte

que no es bien que desa suerte

duerma, y haga lo que hace

quien está desde que nace

en los brazos de la muerte.

 

Da lugar al pensamiento

para que discurra, y veas

y que lo más que tú deseas

no es más que soplo de viento.

No labres sin fundamento

máquinas de vanidad,

pues la mayor majestad

en un sepulcro se encierra,

donde dice, siendo tierra:

«Aquí vive la verdad…».

 

Mira cómo pasó ayer,

veloz como tantos años:

evidentes desengaños

del limitado poder.

Lo que fue dejó de ser,

y no quedó dello más

del ha sido: tú, que vas

por este mundo inconstante,

mira que el que va adelante

avisa al que va detrás.

 

La corona y la tiara

que tanto el mundo estimó

¿qué se hizo?, ¿en qué paró

sino en lo que todo para?

¡Oh mano del mundo avara!

Si tanto bien nos limitas,

¿para qué, di, nos incitas

a aspirar a más y más,

si lo que despacio das

tan de prisa nos lo quitas?

 

Si te engaña el propio amor

para que no veas el daño,

la muerte, que es desengaño,

sirva de despertador.

Hoy nace la tierna flor

y hoy su curso se termina;

todo a la muerte camina:

la estatua del más bizarro,

como está fundada en barro,

la deshace cualquier china.

 

¿En qué piensas o a qué aspiras

cuando tras tu gusto vas,

pues dél no te queda más

que enemigos que conspiras?

Si es que adelante no miras,

mira la vida pasada,

que si en tan corta jornada

lo más pasa desa suerte,

hasta llegar a la muerte,

¿qué te queda? Poco o nada.

 

Desde el nacer al morir

casi se puede dudar

si el partir es el parar,

o el parar es el partir.

Tu carrera has de seguir:

y pues con tal brevedad

pasa la más larga edad,

¿cómo duermes y no ves

que lo que aquí un soplo es

es allá una eternidad?

 

Mira el tiempo volador

cómo pasa, y considera

cómo va tras la carrera

desde el menor al mayor.

El esclavo y el señor

corren parejas iguales,

que como nacen mortales,

iguales van a la hoya,

de cuya deshecha Troya

aún no quedan la señales.

 

La juventud más lozana

¿en qué paró?, ¿qué se hizo?

Todo el tiempo lo deshizo

y anocheció su mañana,

la muerte siempre es temprana

y no perdona a ninguno:

goza del tiempo oportuno,

granjea con tu talento,

que aquí dan uno por ciento

y allí dan ciento por uno.

 

¿Qué eternidades te ofrece

la más dilatada vida,

pues que apenas es venida

cuando se desaparece?

Hoy piensas que te amanece

y es el día de tu ocaso.

¡Término breve y escaso!

Mas ¿qué mucho, si volando

te va la muerte buscando

cuando tú vas paso a paso?

 

La dama más celebrada,

lazo en que todos cayeron,

ella y ellos, di, ¿qué fueron

sino tierra, polvo y nada?

¡Oh limitada jornada,

oh frágil naturaleza!

La humildad y la grandeza

todo en nada se resuelve:

es de tierra y a ella vuelve,

y así, acaba en lo que empieza.

 

¿De qué te sirve anhelar,

por tener y más tener,

si eso en tu muerte ha de ser

fiscal que te ha de acusar?

Todo acá se ha de quedar;

y pues no hay más que adquirir

en la vida que el morir,

la tuya rige de modo,

pues está en tu mano todo,

que mueras para vivir.

 

 

II

 

A Lope de Vega Carpio

 

Aunque la persecución

de la envidia tema el sabio,

no reciba de la agravio,

que es de serlo aprobación.

Los que más presumen son,

Lope, a los que envidia das,

y en su presunción verás

lo que tus glorias merecen;

pues los que más te engrandecen

son los que te envidian más.

 

 

III

 

A San Isidro

 

Ya el trono de luz regía

el luminoso farol,

el fénix del cielo, el sol,

cuya edad es sólo un día.

Ya desde la tumba fría

en su fuego vuelve a ser

hoy lo mismo que era ayer;

que, si en todo es de sentir

que nace para morir,

él muere para nacer.

 

Veloz la vida se quita,

con que más gloria se adquiere,

pues cuando en el agua muere,

en el fuego resucita.

Las aves, a quien incita

la luz de sus resplandores,

cantando dulces amores,

eran, con belleza suma,

al campo flores de pluma

cuando al viento aves de flores.

 

Entre las rosas cantaban

y el aura que las movía

solamente conocía

por aves las que las volaban.

Todas a Isidro esperaban,

cuando el labrador dichoso

se quedaba perezoso

de su trabajo olvidado:

¿quién vio vicioso al cuidado

y al descuido virtuoso?

 

Antes de labrar el suelo

(¡oh tardanza de amor llena!)

en la Virgen de Almudena

labraba piadoso el cielo;

y como su santo celo

en el sol le suspendía

de la celestial María,

divertido, no pensaba;

como siempre, al sol miraba,

que pudo pasarse el día.