Caminando por la acera
iba este amigo realengo.
Un sato, sin abolengo
con bigotes de tronera.
No era un vecino cualquiera
el animal del que trato.
Pues era un señor don gato.
Yo lo quise acariciar,
entonces buscó arañar
mi mano franca, el ingrato.
Amigo, no seas huraño
le dije con suave tono.
Controla tu grave encono
yo no quiero hacerte daño.
Al escuchar mi regaño
díjome el gato prudente:
por favor, no se impaciente
si he sido un poco agresivo.
Pues la conducta que exhibo
la he aprendido de la gente.