Tu Poema de Amor

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TÚ Y YO

II

 

¿Viste

triste

sol?

 

Tan triste

como él,

¡sufro

mucho

yo!

 

Yo en una

doncella

mi estrella

miré...

Y dile,

amante,

constante

fe.

 

Pero ingrata

olvidóme,

y no sabe

que padezco

cual no puede

nunca, nunca

comprender...

¡Que mi pecho

no suspira,

ni mi lira

tiene acordes

de placer!

 

Yo vi en la noche

plácida luna

que en la laguna

se retrató;

y vi una nube,

que allá en el cielo,

con denso velo

la obscureció.

 

Yo vi a la aurora,

bañada en rosa,

dorar la hermosa

faz de la mar...

Y vi los rayos

de un sol ardiente

que rudamente

borraron luego,

con rojo fuego,

su bella faz...

 

Así vi que bella

naciera en un día,

con dulce alegría,

la aurora luciente

de un plácido amor;

 

¡mas hoy yo contemplo,

no más en mi vida,

de negro vestida,

la estatua tremenda

de amargo dolor!

 

¡Hoy sólo me complace

oír la queja amarga,

que al cielo envía tierna

la tórtola del monte

con moribundo son!

Sentir cómo susurra

la brisa entre las hojas...

¡Mirar el arroyuelo

que al eco de la selva

confunde su rumor!

Canto cuando las estrellas

esparcen su claridad:

cuando argentan las espumas;

¡las espumas de la mar!

Canto cuando el ancho río

murmurando triste va...

Cuando el ruiseñor encanta

¡con su arpegio celestial!

 

Y al ronco mugir de las olas;

la noche con su lobreguez;

y el trueno que silva en los aires,

¡me encanta y embriaga a la vez!

Me place lo triste y lo alegre;

me gusta la selva y el mar,

y a todos saludo contento...

¡Y algunos se ríen al verme!...

Y, a veces, ¡me pongo a llorar!

 

Yo adoré a una mujer con el fuego

de mi joven y audaz corazón:

mas ya he dicho que aquélla olvidóme,

y que vivo en tremendo dolor.

¿Estoy loco? No sé: lo que siento,

no lo puedo jamás explicar.

Es un rudo y feroce tormento...

Nada más; nada más... ¡nada más!

 

¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida

del raudal turbulento de la vida!

Soy... algo doloroso cual lamento...

Arista débil que arrebata el viento!

Soy ave de los bosques solitaria!...

Deshojada y marchita pasionaria!...

Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma...

¡perdido de este mundo entre la bruma!

 

¡Felices aquellos que nunca han amado!

¡Felices!... ¡Felices que no han apurado

el cáliz terrible de un fiero dolor!

 

Y ¿qué es el amor?

¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana...

Origen venturoro de sin igual placer...

con algo de la tarde y algo de la mañana...

¡Con algo de la dicha y algo del padecer!

 

¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?

¿No oís del arroyo el süave y callado rumor?

¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo!

¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor!

 

¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa

si hubiera conservado por siempre mi niñez,

si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa,

lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez!

 

¡Felices aquellos que nunca han amado!

¡Felices!... ¡Felices que no han apurado

el cáliz terrible de un fiero dolor!

 

¡Qué amargo es el amor!

¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando,

yo cruzaré el desierto de mi vida,

mostrando a todos mi profunda herida,

que lágrimas y sangre está manando!

 

Y al compás de canciones sombrías,

cantaré de mi amor la memoria...

Y sin gloria,

llorando siempre, pasaré mis días

¡entre polvo, entre lodo, entre escoria!

 

Y al ronco mugir de las olas;

la noche con su lobreguez;

y el trueno que silva en los aires,

serán mi tormento también.

Me place lo triste y lo alegre:

me gusta la selva y el mar...

Yo siempre estaréme contento;

y algunos, reirán al mirarme,

¡y a veces, pondréme a llorar!

 

Cantaré si el ancho río

murmurando triste va;

si el ruiseñor me encantare

con su arpegio celestial;

cuando mire a las estrellas

esparcir su claridad

sobre las peñas negruzcas

y las espumas del mar.

¿Por qué?... Porque sin amor,

vuelan dolientes, sin calma,

las avecillas del alma

entre el viento del dolor.

 

¡Daré dulces canciones

a los fugaces vientos,

para que entre sus alas

las lleven lejos, lejos,

del mundo hasta el confín!

Iréme a las montañas...

iréme a los oteros...

y allí tal vez, ¡Dios santo!,

tal vez seré feliz.

 

¡Y en las alas del viento,

oirá mis canciones

la ingrata!... La ingrata

a quien adoré.

Aquélla que rióse

de ver mi desgracia...

Aquélla a quien dile

mi amor y mi fe!

 

¡Triste es la noche!

Triste es la selva...

Y del arroyo

lo es el rumor;

pero es más triste

que el arroyuelo

y que la noche,

mi corazón.

 

Mis acentos,

en los vientos

cual lamentos

moribundos

sonarán,

como el eco

que en el hueco

del árbol seco,

tiernos forman

los Favonios

al pasar.

 

¡Aprendan

los bardos

mi historia

de amor;

y cántela

todo

el que es

Trovador!

 

¿Viste

triste

sol?

¡Tan triste

como él,

sufro

mucho

yo!