Tu Poema de Amor

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Inicio . Rubén Darío CANTO A LA ARGENTINA VI

CANTO A LA ARGENTINA VI

Saludemos las sombras épicas

de los hispanos capitanes,

de los orgullosos virreyes,

de América en los huracanes

águilas bravas de las gestas

o gerifaltes de los reyes;

duros pechos, barbadas testas

y fina espada de Toledo:

capellán, soldado sin miedo,

don Nuño, don Pedro, don Gil,

crucifijo, cogulla, estola,

marinero, alcalde, alguacil,

tricornio, casaca y pistola,

¡y la vieja vida española!

 

Se agita la urbe, se alza

la Metrópoli reina, viste

el regio manto, se calza

de oro, tiarada de azur

yergue la testa imperiosa

de Basilea del Sur;

es la fecunda, la copiosa,

la bizarra, grande entre grandes;

la que el gran Cristo de los Andes

bendice, y saluda de lejos

entre los vívidos reflejos

del lumar que la corona,

la Libertad anglo-sajona.

Saluda a la Urbe argentina

el Garibaldi romano,

cabalgante en su colina,

en nombre de Roma materna,

vestida de su memoria

y como su decoro eterna.

La saluda Londres que empuña

el gran Tridente de acero

por dominar el mar entero.

La saluda Berlín casqueada

y con égida y espada

como una Minerva bélica.

Y Nueva York la babélica,

y Melbourne la oceánica,

y las viejas villas asiáticas,

y presididas por Lutecia,

todas las hermanas latinas

y hermanas por la libertad.

La saluda toda urbe viva

en donde creyente y activa

va al porvenir la humanidad.

 

Se erizaron de chimeneas

los docks; a los puertos flamantes

llegaron músculos e ideas

que enviaban los pueblos distantes.

Se rasparon viejas carcomas,

se redujeron a pedazos

falsos ídolos, armas romas,

e impusieron sus firmes lazos

la fraternidad de los brazos,

la transmisión de los idiomas.

Para dar las gracias a Dios

guarda la ciudad liberal

las naves de su catedral.

Y se verán construidos los

muros de las iglesias todas,

todas igualmente benditas,

las sinagogas, las mezquitas,

las capillas y las pagodas.

Y en la floración eclesiástica,

los que buscan luz en la sombra,

por la media luna o la suástica,

o por la tora, o por la cruz,

irán al Dios que no se nombra

y hallarán en la sombra luz.

 

Se tejerán frescas coronas

en recuerdo de las patricias

que fueron como las matronas

de Roma, como las mujeres

de Esparta. Las que son delicias

y ensueños de las moradas,

cumplirán filiales deberes

con las genitoras pasadas;

y recordándolas a ellas,

siendo las amadas y esposas

llenarán radiantes y bellas

la obligación de las estrellas

y la misión de las rosas.

 

Tráfagos, fuerzas urbanas,

trajín de hierro y fragores,

veloz, acerado hipógrifo,

rosales eléctricos, flores

miliunanochescas, pompas

babilónicas, timbres, trompas,

paso de ruedas y yuntas,

voz de domésticos pianos,

hondos rumores humanos,

clamor de voces conjuntas,

pregón, llamada, todo vibra,

pulsación de una tensa fibra,

sensación de un foco vital,

como el latir del corazón

o como la respiración

del pecho de la capital.

 

Tú, el hombre de las estepas,

sonámbulo de sufrimiento,

nacido ilota y hambriento,

al fuego del odio huido,

hombre que estabas dormido

bajo una tapa de plomo,

hombre de las nieves del zar,

mira al cielo azul, canta, piensa;

mujik redento, escucha cómo

en tu rancho, en la pampa inmensa,

murmura alegre el samovar.

 

 

Vástagos de hunos y de godos,

ciudadanos del orbe todos,

cosmopolitas caballeros

que antes fuisteis conquistadores,

piratas y aventureros,

reyes en el mar y en el viento,

argonautas de lo posible,

destructores de lo imposible,

pioneers de la Voluntad:

he aquí el país de la armonía,

el campo abierto a la energía

de todos los hombres. ¡Llegad!

 

 

¡Y gloria! ¡Gloria a los patricios,

bordeadores de precipicios

y escaladores de montañas

como el abuelo secular,

que, fatigado de triunfar

y cansado de padecer,

se fue a morir de cara al mar,

lejos, allá en Boulogne-sur-Mer!

 

Y mi inspiradora, alumna

del Musagetes, al viento

las alas, mi pensamiento

florido da a la columna,

riega junto al monumento;

y en lo solemne del coro,

del himno, el acento canoro

une mi amor y mi acento:

¡Argentina tu día ha llegado!

¡Buenos Aires, amada ciudad,

el Pegaso de estrellas herrado

sobre ti vuela en vuelo inspirado!

Oíd, mortales, el grito sagrado:

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

 

¡Y yo, por fin, qué he de decirte,

en voto cordial, Argentina!

Que tu bajel no encuentre sirte,

que sea inexhausta tu mina,

inacabables tus rebaños

y que los pueblos extraños

coman el pan de tu harina.

¡Cómalo yo en postreros años

de mi carrera peregrina,

sintiendo las brisas del Plata!

Que libre de hambre y peste

por tus tesoros y tu ciencia,

jamás enemigas huestes

te combatan. Tu preeminencia

sea siempre mayor, y homérica

voz de tu genio viril

por ti diga el triunfo de América.