Tu Poema de Amor

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Inicio . Rubén Darío CANTO A LA ARGENTINA V

CANTO A LA ARGENTINA V

¡La pampa! Inmolad un corcel

a Hiperión el radiante,

cual canta un dueño del laurel

del Lacio. ¡La pampa fragante!

En la extendida luz del llano

flotaba un ambiente eficaz.

Al forastero, el pampeano

ofreció la tierra feraz;

el gaucho de broncínea faz

encendió su fogón de hermano,

y fue el mate de mano en mano

como el calumet de la paz.

 

Llegad, hijos de la astral Francia:

hallaréis en estas campiñas

entre los triunfos de la estancia

las guirnaldas de vuestras viñas.

Hijos del gallo de Galia

cual los de la loba de Italia

placen al cóndor magnífico,

que ebrio de celeste azur

abre sus alas en el sur

desde el Atlántico al Pacífico.

 

¡Oh, como cisne de Sulmona,

brindaras allí nuevos fastos,

celebrarías nuevos ritos

y ceñirías la corona

lírica por los campos vastos

y los sembrados infinitos!

Otros Evandros de América

juntarán arcádicos lauros

mientras van en fuga quimérica

otros tropeles de centauros.

 

¡Oh, Pampa! ¡Oh, entraña robusta,

mina del oro supremo!

He aquí que se vio la augusta

resurrección de Triptolemo.

En maternal continente

una república ingente

crea el granero del orbe,

y sangre universal absorbe

para dar vida al orbe entero.

De ese inexhausto granero

saldrán las hostias del mañana;

el hambre será, si no vana,

menos multiplicada y fuerte,

y será el paso de la muerte

menos cruel con la especie humana.

 

 

¡Oh, Sol! ¡Oh, padre teogénico!

¡Sol simbólico que irradias

en el pabellón! Salomónico

y helénico, lumbre de Arcadias,

mítico, incásico, mágico!

¡Foibos, triunfante en el trágico

vencimiento de las sombras;

Tabú y Tótem del abismo!

¡Oh, Sol! que inspiras y asombras,

que perdure tu portento

que el orbe todo ilumina

tal como en el firmamento

desde la enseña argentina.

Y con la lluvia sagrada

y con el aire propicio,

brinda a la tierra labrada

en el rural ejercicio

plurales savias y fragancias

y el dón de matriz y de ubre

que de cosechas pingües cubre

los edenes de las estancias.

Ilumina el advenimiento

del creciente pensamiento

que crea el caudal en la banca,

o en el taller la estatua blanca

que decora el monumento.

Al lírico que el verso arranca

del corazón del instrumento.

A los que un Píndaro diera,

por los olímpicos juegos,

por el salto, por la carrera

la oda cara a los griegos,

que se cerniría sonora

sobre el aquilino aeroplano

que es grifo, pegaso y quimera;

sobre el remero que evoca

haciendo volar la prora

los de la pristina galera;

sobre los que en lucha loca

disputan la elástica esfera;

sobre las sudorosas frentes

de los sanos adolescentes.

Ilumina el casco griego

que cubre la cabeza altiva

de los combatientes del fuego;

vierte tu luz genitiva

sobre las mil procesiones

que arbolan sus estandartes

y cantan en sus canciones

la paz, la dicha y las artes.

Van los magistrados egregios,

van las espadas relumbrosas,

van las pompas y lujos regios,

van las niñas de los colegios

como lirios y como rosas.

¡Sonad, oh claros clarines,

sonad tambores guerreros,

en el milagroso escenario;

los nombres de los paladines,

nombres oros, nombres aceros,

se oyen en vuestros sones fieros

en la fiesta del Centenario!

Viento de amor en la floresta

cívica pasa. Es la fiesta

de las guirnaldas de fe,

de los ramos de esperanza,

de los mirtos de amor y de

los olivos de bonanza.

Hojas de roble, hojas de hiedra,

para el fundador de ciudades,

que puso la primera piedra,

que unificó las voluntades,

que dedicara las vigilias,

que consagrara los dineros,

al colmenar de los obreros

y a los nidos de las familias.

 

Oíd el grito que va por la floresta

de mástiles que cubre el ancho estuario,

e invade el mar; sobre la enorme fiesta

de las fábricas trémulas de vida;

sobre las torres de la urbe henchida;

sobre el extraordinario

tumulto de metales y de lumbres

activos; sobre el cósmico portento

de obra y de pensamiento

que arde en las políglotas muchedumbres;

sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar,

sobre la blanca sierra,

sobre la extensa tierra,

sobre la vasta mar.

 

Os espera el reino oloroso

al trébol que pisa el ganado,

océano de tierra sagrado

al agricultor laborioso

que rige el timón del arado.

¡La pampa! La estepa sin nieve,

el desierto sin sed cruenta,

en donde benéfico llueve

riego fecundador que aumenta

las demetéricas savias.

Bella de honda poesía,

suave de inmensidad serena

de extensa melancolía

y de grave silencio plena;

o bajo el escudo del sol

y la gracia matutina,

sonora de la pastoral

diana de cuerno, caracol

y tuba de la vacada;

o del grito de la triunfal

máquina de la ferro-vía;

o del volar del automóvil

que pasa quemando leguas,

o de las voces del gauchaje,

o del resonar salvaje

del tropel de potros y yeguas.

 

¡Que vuestro himno soberbio vibre,

hombres libres en tierra libre!

Nietos de los conquistadores,

renovada sangre de España,

transfundida sangre de Italia,

o de Germania o de Vasconia,

o venidos de la entraña

de Francia, o de la Gran Bretaña,

vida de la Policolonia,

savia de la patria presente,

de la nueva Europa que augura

más grande Argentina futura.

¡Salud, patria, que eres también mía,

puesto que eres de la humanidad:

salud, en nombre de la Poesía,

salud en nombre de la Libertad!

 

¡Salgan y lleguen en buen hora,

dominando los elementos,

las velas que el marino adora,

y los steamers humeantes

que conducen los alimentos,

la carga de los fabricantes,

los ejércitos de emigrantes,

el designio, el brazo que va

a arar, sembrar y producir

en el latifundio, en el pago,

partan las naves de Cartago

y arriben las naves de Ofir!

¡Y bien se escuche en las funciones

de conmemoración el trueno

de las salvas de los cañones

del mar, conmoviendo el estuario

de hímnicas vibraciones lleno

en la fiesta del Centenario!