Tu Poema de Amor

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Inicio . Rubén Darío CANTO A LA ARGENTINA III

CANTO A LA ARGENTINA III

Cantaré la paz sobre todo.

Huya el demonio perverso,

huya el demonio beodo

que incendia en mal el universo;

desaparezcan las furias

que con sangre de los ejércitos

empurpuraron las centurias;

que no más rujan los tigres

marciales sino de alegría,

y que a la paz se alce un templo

como aquel que dando un ejemplo

insigne Augusto romano

ordenara elevar un día.

El industrioso ciudadano

el ramo de olivo venere;

que tenga sus armas listas,

no para inhumanas conquistas,

mas para defender su tierra

donde por la patria se muere.

¡Guerra, pues, tan sólo a la guerra!

Paz, para que el pensamiento

domine el globo, y vaya luego,

cual bíblico carro de fuego,

de firmamento en firmamento.

¡Paz para los creadores,

descubridores, inventores,

rebuscadores de verdad;

paz a los poetas de Dios,

paz a los activos y a los

hombres de buena voluntad!

En paz la hora renaciente,

continua y poliformemente,

el movimiento y no la inercia,

legiones dueñas de sus actos,

gente que osa, que comercia,

multiplica los artefactos,

combate la escasez, la negra

miseria y pasa sus revistas

a las usinas y talleres;

y sus horas áureas alegra

con la invención de los artistas

y la beldad de las mujeres.

¿A qué los crueles filósofos?

¿A qué los falsos crisóstomos

de la inquina y de la blasfemia?

¡Al pueblo que busca ideal

ofrezca una nueva academia

sus enseñanzas contra el mal,

su filosofía de luz;

que no más el odio emponzoñe,

y un ramaje de paz retoñe

del madero de la Cruz!

 

Conspicuas guirnaldas de gloria

a aquellos antiguos que hacen

de bronce y de mármol la historia.

Hoy los abuelos renacen

en la floración de los nietos.

Por sublimes amuletos

lo antes soñado ahora existe,

y la Argentina reviste

su presente manto suntuario

y piensa en los brillos futuros

en la fiesta del Centenario.

Ahora es cuando los videntes

de los porvenires obscuros

miran las estrellas polares,

e interpretando los orientes

cantan cármenes seculares.

Hoy los cuatro caballos sacros

las fogosas narices hinchan,

como en versos y simulacros,

huellan nubes, al sol relinchan,

y a un más allá se encaminan

marcando el cielo de huellas;

mientras otros astros declinan

ellos van entre las estrellas

por obra de la ley eterna

que el ritmo del orbe gobierna.

Ante la cuadriga que crina

de orgullos de olimpo su llama,

voz de augurio animador clama:

¡Hay en la tierra una Argentina!

Cuando el carro de Apolo pasa

una sombra lírica llega

junto a la cuadriga de brasa

de la divinidad griega.

Y se oyen como vagos aires

que acarician a Buenos Aires:

es el alma de Santos Vega.

El gaucho tendrá su parte

en los jubileos futuros,

pues sus viejos cantares puros

entrarán en el reino del Arte.

 

Se sabrá por siempre jamás

que, en la payada de los dos,

el vencido fue Satanás

y Vega el payador de Dios.

 

Diré de la generación

en flor, de las almas flamantes,

primavera e iniciación;

de vosotros, ¡oh estudiantes!,

empenachados de ilusión

y acorazados de audacia,

que tendéis vuestras almas plenas

de amor, de fuerza y de gracia,

al divino Platón de Atenas

o al celeste Orfeo de Tracia,

a la Verdad o a la Armonía,

al Cálculo o al Ensueño,

firmes de ardor, vivos de empeño,

robustos de confianza propia

y a quien es justo que ceda

la fugaz Fortuna su rueda,

la Abundancia su cornucopia;

vosotros que sabéis por qué

abre Pegaso las alas

y hay misterio en la lumbre de

los ojos del búho de Palas,

sed cantados y bendecidos.

Estad atentos a los ruidos

que preceden la alba naciente,

estad atentos a los nidos

que se incuban en el presente,

a lo que vendrá y que se anuncia,

en la palabra que pronuncia

vuestra boca. El grito sagrado

para vosotros resuena

como pitagórico verso,

clamad así ante el universo:

¡Ave, Argentina, vita plena!

¡Jóvenes, frentes para lauros,

brazos para amantes abrazos,

pero también gímnicos brazos

para hidras y minotauros;

infantes de mundial estirpe,

que vuestra voluntad extirpe,

falso anhelo, odio victimario,

y en el patriótico sagrario

dejéis como ofrendas de aristos

ansias de Perseos o Cristos

en la fiesta del Centenario!

 

Diré la beldad y la gracia

de la mujer. Así cual

por singular eficacia

el buen jardinero acierta

a crear en su arte vegetal

por lo que combina e injerta,

por lo que reparte o resume.

inédito tipo de rosas,

de crisantemos o jacintos,

con raros aspecto y perfume,

con corolas esplendorosas,

con formas y tonos distintos,

así la mujer argentina

con savias diversas creada

espléndida flor animada,

esplende, perfuma y culmina.

 

El himno, nobles ancianos!

¡El himno, varones robustos!

Pueriles coros escolares,

¡el himno! Llevad en las manos

palmas, coronad los bustos

de los patricios; a millares

dad flores a los monumentos.

El himno en los instrumentos

de armónicas bandas bélicas

que animan las fiestas pacíficas.

El himno en las bocas angélicas

de las gallardas mujeres,

de las matronas prolíficas,

de las parecidas a Ceres,

de las a Diana asemejadas,

las esposas y las amadas.

El himno en la egregia ciudad

y en el inmenso imperio agrario

anuncie el victorioso día,

y vierta su sonoridad

como una copa de armonía

en la fiesta del Centenario.

Es la fiesta del Centenario.

El Plata, padre extraordinario,

más que del Tíber y el Sena,

más que del Támesis rubio,

más que del azul Danubio

y que del Ganges indiano,

es el misterioso hermano

del Tigris y Éufrates bíblicos,

pues junto a él han de surgir

los adanes del porvenir.

Cual por llamamientos cíclicos,

Argentina, solar de hermanos,

diste por virtuales leyes

hogar a todos los humanos,

templos a todas las greyes,

cetro a todos los soberanos

que decoran sus propias frentes,

que se coronan por sus manos

con kohinoores y regentes

tallados en sus almas propias,

vertedores de cornucopias,

emperadores de simientes,

césares de la labor,

multiplicadores de pan,

más potentes que Gengis-Khan

y que Nabucodonosor.

 

¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños

de hombres, rebaños de gentes

que teméis los días huraños,

que tenéis sed sin hallar fuentes,

y hambre sin el pan deseado,

y amáis la labor que germina.

Los éxodos os han salvado:

¡Hay en la tierra una Argentina!

He aquí la región del Dorado,

he aquí el paraíso terrestre,

he aquí la ventura esperada,

he aquí el Vellocino de Oro.

he aquí Canaán la preñada,

la Atlántida resucitada;

he aquí los campos del Toro

y del Becerro simbólicos;

he aquí el existir que en sueños

miraron los melancólicos,

los clamorosos, los dolientes

poetas visionarios

que en sus olimpos o calvarios

amaron a todas las gentes.