Cantaré la paz sobre todo.
Huya el demonio perverso,
huya el demonio beodo
que incendia en mal el universo;
desaparezcan las furias
que con sangre de los ejércitos
empurpuraron las centurias;
que no más rujan los tigres
marciales sino de alegría,
y que a la paz se alce un templo
como aquel que dando un ejemplo
insigne Augusto romano
ordenara elevar un día.
El industrioso ciudadano
el ramo de olivo venere;
que tenga sus armas listas,
no para inhumanas conquistas,
mas para defender su tierra
donde por la patria se muere.
¡Guerra, pues, tan sólo a la guerra!
Paz, para que el pensamiento
domine el globo, y vaya luego,
cual bíblico carro de fuego,
de firmamento en firmamento.
¡Paz para los creadores,
descubridores, inventores,
rebuscadores de verdad;
paz a los poetas de Dios,
paz a los activos y a los
hombres de buena voluntad!
En paz la hora renaciente,
continua y poliformemente,
el movimiento y no la inercia,
legiones dueñas de sus actos,
gente que osa, que comercia,
multiplica los artefactos,
combate la escasez, la negra
miseria y pasa sus revistas
a las usinas y talleres;
y sus horas áureas alegra
con la invención de los artistas
y la beldad de las mujeres.
¿A qué los crueles filósofos?
¿A qué los falsos crisóstomos
de la inquina y de la blasfemia?
¡Al pueblo que busca ideal
ofrezca una nueva academia
sus enseñanzas contra el mal,
su filosofía de luz;
que no más el odio emponzoñe,
y un ramaje de paz retoñe
del madero de la Cruz!
Conspicuas guirnaldas de gloria
a aquellos antiguos que hacen
de bronce y de mármol la historia.
Hoy los abuelos renacen
en la floración de los nietos.
Por sublimes amuletos
lo antes soñado ahora existe,
y la Argentina reviste
su presente manto suntuario
y piensa en los brillos futuros
en la fiesta del Centenario.
Ahora es cuando los videntes
de los porvenires obscuros
miran las estrellas polares,
e interpretando los orientes
cantan cármenes seculares.
Hoy los cuatro caballos sacros
las fogosas narices hinchan,
como en versos y simulacros,
huellan nubes, al sol relinchan,
y a un más allá se encaminan
marcando el cielo de huellas;
mientras otros astros declinan
ellos van entre las estrellas
por obra de la ley eterna
que el ritmo del orbe gobierna.
Ante la cuadriga que crina
de orgullos de olimpo su llama,
voz de augurio animador clama:
¡Hay en la tierra una Argentina!
Cuando el carro de Apolo pasa
una sombra lírica llega
junto a la cuadriga de brasa
de la divinidad griega.
Y se oyen como vagos aires
que acarician a Buenos Aires:
es el alma de Santos Vega.
El gaucho tendrá su parte
en los jubileos futuros,
pues sus viejos cantares puros
entrarán en el reino del Arte.
Se sabrá por siempre jamás
que, en la payada de los dos,
el vencido fue Satanás
y Vega el payador de Dios.
Diré de la generación
en flor, de las almas flamantes,
primavera e iniciación;
de vosotros, ¡oh estudiantes!,
empenachados de ilusión
y acorazados de audacia,
que tendéis vuestras almas plenas
de amor, de fuerza y de gracia,
al divino Platón de Atenas
o al celeste Orfeo de Tracia,
a la Verdad o a la Armonía,
al Cálculo o al Ensueño,
firmes de ardor, vivos de empeño,
robustos de confianza propia
y a quien es justo que ceda
la fugaz Fortuna su rueda,
la Abundancia su cornucopia;
vosotros que sabéis por qué
abre Pegaso las alas
y hay misterio en la lumbre de
los ojos del búho de Palas,
sed cantados y bendecidos.
Estad atentos a los ruidos
que preceden la alba naciente,
estad atentos a los nidos
que se incuban en el presente,
a lo que vendrá y que se anuncia,
en la palabra que pronuncia
vuestra boca. El grito sagrado
para vosotros resuena
como pitagórico verso,
clamad así ante el universo:
¡Ave, Argentina, vita plena!
¡Jóvenes, frentes para lauros,
brazos para amantes abrazos,
pero también gímnicos brazos
para hidras y minotauros;
infantes de mundial estirpe,
que vuestra voluntad extirpe,
falso anhelo, odio victimario,
y en el patriótico sagrario
dejéis como ofrendas de aristos
ansias de Perseos o Cristos
en la fiesta del Centenario!
Diré la beldad y la gracia
de la mujer. Así cual
por singular eficacia
el buen jardinero acierta
a crear en su arte vegetal
por lo que combina e injerta,
por lo que reparte o resume.
inédito tipo de rosas,
de crisantemos o jacintos,
con raros aspecto y perfume,
con corolas esplendorosas,
con formas y tonos distintos,
así la mujer argentina
con savias diversas creada
espléndida flor animada,
esplende, perfuma y culmina.
El himno, nobles ancianos!
¡El himno, varones robustos!
Pueriles coros escolares,
¡el himno! Llevad en las manos
palmas, coronad los bustos
de los patricios; a millares
dad flores a los monumentos.
El himno en los instrumentos
de armónicas bandas bélicas
que animan las fiestas pacíficas.
El himno en las bocas angélicas
de las gallardas mujeres,
de las matronas prolíficas,
de las parecidas a Ceres,
de las a Diana asemejadas,
las esposas y las amadas.
El himno en la egregia ciudad
y en el inmenso imperio agrario
anuncie el victorioso día,
y vierta su sonoridad
como una copa de armonía
en la fiesta del Centenario.
Es la fiesta del Centenario.
El Plata, padre extraordinario,
más que del Tíber y el Sena,
más que del Támesis rubio,
más que del azul Danubio
y que del Ganges indiano,
es el misterioso hermano
del Tigris y Éufrates bíblicos,
pues junto a él han de surgir
los adanes del porvenir.
Cual por llamamientos cíclicos,
Argentina, solar de hermanos,
diste por virtuales leyes
hogar a todos los humanos,
templos a todas las greyes,
cetro a todos los soberanos
que decoran sus propias frentes,
que se coronan por sus manos
con kohinoores y regentes
tallados en sus almas propias,
vertedores de cornucopias,
emperadores de simientes,
césares de la labor,
multiplicadores de pan,
más potentes que Gengis-Khan
y que Nabucodonosor.
¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños
de hombres, rebaños de gentes
que teméis los días huraños,
que tenéis sed sin hallar fuentes,
y hambre sin el pan deseado,
y amáis la labor que germina.
Los éxodos os han salvado:
¡Hay en la tierra una Argentina!
He aquí la región del Dorado,
he aquí el paraíso terrestre,
he aquí la ventura esperada,
he aquí el Vellocino de Oro.
he aquí Canaán la preñada,
la Atlántida resucitada;
he aquí los campos del Toro
y del Becerro simbólicos;
he aquí el existir que en sueños
miraron los melancólicos,
los clamorosos, los dolientes
poetas visionarios
que en sus olimpos o calvarios
amaron a todas las gentes.