Tu Poema de Amor

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Inicio . Rubén Darío CANTO A LA ARGENTINA I

CANTO A LA ARGENTINA I

A las evocaciones clásicas

despiertan los dioses autóctonos,

los de los altares pretéritos

de Copán, Palenque, Tihuanaco,

por donde quizá pasaran

en lo lejano de tiempos

y epopeyas Pan y Baco.

Y en lo primordial poético

todo lo posible épico,

todo lo mítico posible

de mahabaratas y génesis,

lo fabuloso y lo terrible

que está en lo ilimitado y quieto

del impenetrable secreto.

 

Animará la virgen tierra

la sangre de los finos brutos

que da la pecuaria Inglaterra;

irán cargados de tributos

los pesados carros férreos

que arrastran candentes y humeantes

los aulladores elefantes

de locomotoras veloces;

segarán las mieses las hoces

de artefactos casi vivientes;

habrá montañas de simientes;

como un litúrgico aparato

se herirán miles de testuces

en las hecatombes bovinas;

y junto al bullicio del hato,

semejantes a ondas marinas

irán las ondas de avestruces.

Pasarán los largos dragones

con sus caudas de vagones

por la extensión taciturna

en donde el árbol legendario

como un soñador solitario

da sus cabellos al pampero.

Y en la poesía nocturna,

surgirá del rancho primero

el espíritu del pasado

que a modo de luz vaga existe,

cuyo último vigor palpita

en el payador inspirado

que lanza el sollozo del triste

o el llanto de la vidalita.

 

¡Argentina! ¡Argentina!

¡Argentina! El sonoro

viento arrebata la gran voz de oro.

Ase la fuerte diestra la bocina,

y el pulmón fuerte, bajo los cristales

del azul, que han vibrado,

lanza el grito: Oíd, mortales,

oíd el grito sagrado.

 

¡Argentina! el cantor ha oteado

desde la alta región tu futuro.

Y vio en lo inmemorial del pasado

las metrópolis reinas que fueron,

las que por Dios malditas cayeron

en instante pestífero; el muro

que crujió remordido de llamas

la hervorosa Persépolis, Tiro,

la imperial Babilonia que aún brama,

y las urbes que vieron a Ciro,

a Alejandro, y a todos los fuertes

que escoltaron victorias y muertes.

Y miró a Bizancio y a Atenas,

y a la que, domadora del mundo,

siendo Lupa indomable, fue Roma.

Y vio tronos, suplicios, cadenas,

y con tiaras a tigres y hienas.

Y cien más capitales precitas

donde el hombre fue ciego a la vasta

Libertad, donde fueron escritas

terroríficas y duras leyes,

contra tribus y pueblos y casta,

o las leyes fueron voluntades;

y a través de tragedias y gestas,

derrumbáronse tronos y reyes,

o se hicieron cenizas ciudades

por ensalmos de frases funestas.

Y después otros siglos y luchas,

otra vez lo que arrasa y escombra,

muchos reinos que surgen y muchas

vanidades que caen en la sombra

infinita. Mane, Thecel, Phares.

Y el poeta miró un astro eterno

sobre ruinas y tierras y mares,

que alumbraba con su claridad

nuevos cultos, cultura y gobierno,

y a su brillo quedó deslumbrado:

era el astro de la Libertad.

Argentinos, la inmortal estrella

a vosotros simbólica es Sol:

las naciones son grandes por ella;

lo sabía el abuelo español.

Dad a todas las almas abrigo,

sed nación de naciones hermana,

convidad a la fiesta del trigo,

al domingo del lino y la lana

thanks-giving, yon kipour, romería,

la confraternidad de destinos.

la confraternidad de oraciones,

la confraternidad de canciones,

bajo los colores argentinos.